Pelota y Timbal "El nuevo blog para los apasionados al fútbol y a la salsa"
  • Abr
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    Uno levantó los brazos, cerró los puños y lanzó un «Yeah Yeah». El otro, con voz grave, le respondió con un trascendental «Yeah Yeah». El encuentro entre los líderes necesitó, minutos más tarde y por una clara necesidad de diálogo, de un traductor. Diego Maradona y Muammar Khadafi tuvieron su primer encuentro a solas el 14 de junio de 2001, en pleno casamiento de Al-Saadi, uno de los hijos del líder libio. Un fanático del fútbol que parece no escuchar ni leer lo que su padre opina del deporte. Una visión tan simple como que «los aficionados son completamente idiotas, son gente fracasada y desperdiciada».

    Mientras Muammar cree que los que padecen de «fútbol-manía» tienen mayor riesgo de desórdenes psicológicos y nerviosos y que estos desórdenes son los culpables de ataques al corazón, diabetes, hipertensión y envejecimiento prematuro, su hijo decidió dedicarse a patear la pelota de manera profesional después de ver por TV un partido del Calcio. Futbolista, presidente de la federación local y principal referente de la candidatura libia para el Mundial 2010, el emprendedor heredero logró su cometido y llegó al fútbol italiano.

    La relación entre Khadafy y los goles no van de la mano. En julio de 1996, un clásico local terminó en una revuelta popular. Trípoli, la ciudad capital, fue testigo de un tanto que hizo estremecer a la Jamahiriya, el Estado de las Masas que se estableció en 1969 y que tiene como cabeza a Muammar, el Guía de la Revolución. Según la crónica de la época del periodista español Ferran Sales, en el diario El País de España, en los últimos minutos del choque entre Al Ahli y Al Ittihad, el árbitro dio por válido un gol marcado de manera irregular por un delantero de Al Ahli. La bronca de los hinchas terminó a los tiros y el trágico desenlace acumuló 50 muertos.

    El vástago siempre soño con ser Maradona y su padre no dudó en complacerlo. Sin problemas para ganarse un lugar en el fútbol local, «normalmente jugaba los 90 minutos y sólo se lo sacaba cuando él quería». Así lo reveló Giuseppe Dossena, uno de sus entrenadores en la Lybian Premier League. Un torneo con campeones repetidos y un estadio bautizado como Hugo Chávez, en honor al presidente venezolano.

    Sin un nivel acorde al deporte de elite, el dinero marcó la diferencia. En 2003 llegó a Perugia, en 2005 pasó por Udinese y en 2006 acumuló entrenamientos en Sampdoria. Dejó el Calcio con dos partidos jugados y ningún gol. En el medio, su mayor logro fue haber dado positivo de nandrolona en un control antidopaje. «Complot», sentenciaron desde la prensa libia. Su debut se dio tras 39 encuentros en el banco de suplentes. Saadi jugó, curiosamente, 15 minutos ante Juventus. El curiosamente se relaciona al 7.5% del club bianconero que posee junto a su padre, a través de la empresa estatal Libyan Arab Foreign Investment Company. «Nos interesa el club porque queremos potenciar la realidad de nuestro fútbol y porque abre el camino a muchos jóvenes de mi país», explicó en 2002. Por algo, la final de la Supercopa de Italia de ese año se jugó en Trípoli. En Udinese, bajó su rendimiento: disputó 10 minutos en el último partido de la temporada.

    En su aventura al frente de la federación, tampoco escatimó en gastos. Un DT argentino formó parte de su comitiva. Con un trato casi cariñoso, fueron a ver fútbol a Inglaterra, España e Italia. El entrenador no descansaba ni cuando la pelota dejaba de correr: participaba de cumbres con líderes africanos. Una vez, en migraciones de Estados Unidos no lo podían creer: ¿cómo es que tiene 12 ingresos diferentes a Libia?, le preguntó un funcionario.»No sé si me creyó que era el técnico de la selección», contó Carlos Salvador Bilardo en una columna publicada en el diario Perfil, cuando los ojos del mundo dejaron de posarse sobre Túnez, Bahrein y Egipto y empezaron a fijarse en Libia, en donde papá Muammar gobierna desde el primer día de septiembre de 1969, aunque técnicamente es sólo un ciudadano libio común y corriente.

    La amistad con Maradona sirvió para que Carlos Bilardo dirigiera a la selección de Libia y para que Ben Johnson fuera su preparador físico. El mediático PF pasó a la historia cuando corrió, sustancias prohibidas mediante, los 100 metros en 9s79/100, en los Juegos Olímpicos de 1988. Su historia con el Diez data de 1997, en Toronto, gracias a las gestiones de Lalo, el hermano de Maradona que vivía en Canadá. Por ser parte de la troupe Khadafy habría cobrado 7.300 dólares. Pero en una tarde le robaron todo su salario en las calles de Roma. En esos extraños ribetes de la vida, el velocista no pudo atrapar al ladrón.

    Un presente bélico se apoderó de Libia. En época de revueltas en el mundo árabe, Trípoli no quedó excenta de las manifestaciones opositoras. En febrero, tras una semana de protestas, Khadafy ordenó que se abra el fuego sobre los manifestantes. Desde los primeros días de abril, el gobierno libio ya cuenta con la renuncia de su canciller y con fisuras dentro de las fuerzas leales. Mientras, el show debe continuar. La selección juega la clasificación para los Juegos Olímpicos de 2012, aunque Osama Mansor, el capitán, ya reconoció que «jugar en esta situación es muy difícil para nosotros». Hace una semana, ante Sudáfrica, la derrota 4 a 2 fue lo de menos. Lo peor era el regreso a casa, a un país dividido y en guerra.

    De Maradona a Lionel Messi, los grandes futbolistas argentinos siguen en el corazón de Libia. «Messi dice que lo que pasa en Libia es una verdadera carnicería», rezó una pancarta que mostró Mohamed , un adolescente de 13 años, en Bengasi. Fue la particular forma que encontraron para utilizar a la Pulga como emblema de la rebelión. Yusef, otro chico de 14 años, fue más allá: ¡Primero Messi, después Cristiano Ronaldo!.

    Del clima festivo de aquél casamiento, ya no queda rastros. Ese día, uno de los que se rebeló fue Pelusa. Cuando llegó a la fiesta junto con Coppola, se dio cuenta que en al lugar sólo estaban invitados 2 mil hombres, según palabras de Guillote al diario Clarín. «¡Quiero ir al casamiento de las mujeres!», fueron los gritos de Maradona que llegaron a oídos de los guardias, que, sin medias tintas, lo sacaron del salón, lo metieron en un auto y lo hicieron viajar durante cinco minutos. El destino fue la carpa de Khadafy, en donde, tras la reunión, recibió el traje del líder como souvenir. Con semejante regalo, poco les importó volver a la reunión masculina. Así lo hizo saber su ex represenante: ¡Imagináte, yo bailaba con Diego!.

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