En el año mil ochocientos setenta y ocho Joseph Wilson Swan ideó la lámpara incandescente que, poco tiempo después (en mil ochocientos ochenta), “evolucionó” a cargo de Thomas Alva Edison cara un modelo de manera comercial más viable: la lámpara incandescente de filamento de carbono, que todos conocemos.
El reciente descubrimiento de los led, nuevas fuentes de luz artificial más eficaces y sustentables, ha ido postergando el invento de Edison a un segundo plano en los últimos tiempos. En el mes de septiembre de dos mil doce se dejaron de fabricar las lámparas de menos de sesenta vatios y, el 1 de septiembre de dos mil dieciseis, el resto de lámparas incandescentes dejaron de generarse en la UE. La lámpara todavía va a tardar tiempo en apagarse absolutamente, en tanto que los stocks existentes proseguirán vendiéndose en tiendas. Los tradicionales fluorescentes asimismo van a dejar de fabricarse en escaso tiempo.
Conforme la Comisión Europea, este cambio energético de la iluminación va a suponer en el año dos mil veinte un ahorro de electricidad afín al consumo anual de once millones de hogares, y reducirá el recibo de la luz un quince por ciento de media.
Las luces led y los ojos
Como hemos visto, las luces led presentan incontables ventajas en concepto de ahorro energético. No obstante, no todo son buenas noticias: estas “nuevas” fuentes de iluminación, emiten una proporción considerablemente mayor de luz azul-violeta (la más perjudicial para los ojos), que las lámparas. Por otra parte, los cambios en el modo de vida favorecen que pasemos más tiempo en interiores; expuestos a lo largo de más horas a estas nuevas fuentes de luz artificial. Además de esto, con cierta frecuencia, estamos sometidos a múltiples fuentes de luz al tiempo y desde muy temprana edad. Esta tendencia va a ir incrementando, puesto que se calcula que en el dos mil veinte la luz led va a suponer el setenta por ciento de todas y cada una de las fuentes de iluminación.
Las pantallas de los dispositivos electrónicos, frecuentes en la vida rutinaria, asimismo desprenden esta luz azul perjudicial. A pesar de que lo aconsejable es no exponerse a esta luz más de 3 horas al día, para eludir el Síndrome Visual Informático, se calcula que la mayor parte de la población pasa unas siete horas al día delante de una pantalla.
El incremento de la esperanza de vida y la creciente exposición de los ojos a estas fuentes de energía, favorecerá la aparición de nosologías visuales a medio plazo: la prevalencia de cataratas y degeneración macular asociada a la edad (DMAE) se va a multiplicar por dos en los próximos treinta años.
Sobre la luz azul
El espectro que el ojo humano puede percibir se conoce como fantasma de luz perceptible. Procede de fuentes naturales, como el sol, y de fuentes artificiales como las luces led o bien las pantallas. Más o menos el veinticinco por ciento del fantasma de luz perceptible está compuesto por luz azul que, por su parte, se divide en luz azul-violeta y luz azul-turquesa.
La luz azul- violeta tiene una longitud de onda cortísima y, de ahí que, se la conoce como luz perceptible de alta energía. La exposición continuada y masiva a este género de luz favorece la aparición de fatiga y agobio visual y aumenta el peligro de DMAE, una de las primordiales causas de ceguera a nivel del mundo. La incidencia de la luz azul-violeta sobre la parte central de la retina, llamada mancha, acelera la muerte de las células fotosensibles, conos y bastones, encargadas de mandar al cerebro la información visual.
La luz azul-turquesa, por su lado, presenta esenciales beneficios para la salud: regula el reloj biológico encargado de establecer los ciclos de sueño/vigilia, previniendo de esta manera la aparición de cansancio crónico, desorientación, perturbaciones de humor, etcétera La luz azul-turquesa asimismo participa en los procesos cognitivos y de memoria y en la contracción pupilar. Esta luz azul “buena” contribuye además de esto a la adecuada percepción de los colores.
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