Caja o faja: Significa algo así como ‘o todo o nada’. Se emplea en contextos en que una persona quiere dar a entender que está arriesgando mucho en algún aspecto de su vida, de forma que puede lograr el éxito total o el fracaso más rotundo: He gastado todo el dinero que tengo, y mucho del que no tengo, en poner este negocio y no sé qué va a a pasar: caja o faja. Aunque no es una expresión muy usada, la recogemos aquí porque su origen es ciertamente curioso. En 1843 fue enviado a Barcelona el general Prim, para sofocar uno de los muchos levantamientos que tuvieron lugar durante esos turbulentos años del siglo XIX. A las acusaciones de que lo único que buscaba era la faja de mariscal, respondió situándose en primera línea y gritando para cargar: «¡Adelante! ¡O caja —de muerto, se entiende—, o faja!». Al final, fue la faja, que le otorgó el regente, general Serrano.
Caiga quien caiga
Caiga quien caiga: Pase lo que pase. Sin considerar las consecuencias o las repercusiones negativas que, especialmente en algunas personas, pudiera acarrear una decisión. A partir de mañana abrimos a las nueve y cerramos a las dos, y por la tarde estamos hasta las ocho. Caiga quien caiga. El dicho podría haberse originado en la jerga militar, en referencia a la necesidad de llevar a cabo alguna operación a pesar de prever graves consecuencias, sobre todo un gran número de bajas. Algo así como «muera quien muera». También podríamos estar ante un fragmento de la frase A perdiz por barba, caiga quien caiga (v.). En este caso, como en otras tantas ocasiones, queda por decidir lo del huevo y la gallina: ¿la frase precedente se generó en Caiga quien caiga o fue al revés?
¡Cágate, lorito!
¡Cágate, lorito!: Con esta curiosa expresión, cuyo orígen seguramente esté en algún chiste o chascarrillo, se muestra extrañeza, sorpresa o asombro ante algo. No tienen un duro, están hasta el cuello de deudas, andan pegandos sablazos a todo el mundo, y ahora se compran un coche que vale ochenta mil euros… ¡Cágate, lorito!
Cagarse / irse por las patas / pencas / la pata / la penca abajo
Cagarse/irse por las patas/pencas/la pata/la penca abajo: (Irse por las calicatas/calicachas) (Estar caga(d)o||Ser un caga(d)o||Cagarse/ciscarse de miedo) Tener mucho miedo. Es una película de miedo de verdad, de ésas de pasarte dos horas gritando. Vamos, de cagarse por las patas abajo. Uno de los efectos fisiológicos del miedo o de los estados de nerviosismo que produce es la relajación del esfínter anal y la consiguiente evacuación, lo que, traducido al lenguaje coloquial, se resume el verbo que aparece en la frase. Como ilustración, valga citar el conocido episodio de El Quijote (cap. XX. Parte I) en el que Don Quijote y Sancho, solos en un bosque por la noche, comienzan a oír unos ruidos amenazadores. Don Quijote, que barrunta la aventura, sale a investigar. Sancho lo sigue a regañadientes. En un momento el caballero se para y le dice: «Paréceme, Sancho, que tienes mucho miedo». «Sí tengo—responde Sancho—. ¿Mas en qué lo echa de ver vuestra merced ahora más que nunca?». «En que ahora, más que nunca, hueles; y no a ámbar», sentencia Don Quijote. Al final resulta que los ruidos son los que producen los batanes movidos por la noria de un molino de agua. La penca es el tallo carnoso de algunas verduras, como las acelgas o el cardo. Se usa aquí como metáfora de pierna, pata. Calicata es un tecnicismo de la ingeniería con el que se denominan las calas y catas que se hacen en un terreno, en una mina o en una carretera para explorar el estado del subsuelo o del firme, por lo que no parece tener mucha relación con el significado, nada técnico, que se da aquí a la expresión. Calicacha y calicata podrían emplearse como voces derivadas de cacha, ‘nalga’. Ciscar se usa en la lengua coloquial con el significado de ‘defecar’. Parece un término relacionado con cisco, ‘carbón vegetal menudo’, por la forma y el color semejante a un excremento.
Caérsele a alguien los palos del sombrajo
Caérsele a alguien los palos del sombrajo: Lo mismo que caerse el alma a los pies, empleamos esta expresión, quizá más propia del sur peninsular, para indicar sorpresa mezclada con disgusto y con sensación de impotencia ante algo: Esa chica me gustaba muchísimo y cuando me enteré de que tenía novio se me cayeron los palos del sombrajo. El sombrajo es la sombra hecha con un toldo de ramas, cañas o tela, sustentado por tres o cuatro palos. Si se caen los palos, el invento se viene abajo. Trasladen la imagen a lo dicho anteriormente y no hay que dar más vueltas.
Caérsele a alguien la venda de los ojos
Caérsele a alguien la venda de los ojos: Desengañarse una persona. Salir de un estado de ceguera mental, de tozudez o de obcecación. Me alegro de que por fin se te haya caído la venda de los ojos y hayas descubierto por ti mismo que ese tipo de amistades no te interesan. La venda es, en este caso, como la que dicen que lleva la justicia, puramente metafórica. V. Abrirle a alguien los ojos||Quitarse la máscara… (Quitarse la venda).
Caérsele a alguien la casa encima
Caérsele a alguien la casa encima: (¡A ti no se te cae la casa encima!) No querer estar en casa. Sentirse molesto o enfadado por no salir a la calle. A ver si me quitan pronto la escayola y puedo salir a tomar el aire, porque después de dos meses de estar aquí ya se me cae la casa encima. La expresión ¡A ti no se te cae la casa encima! es una frase que se le dice a quien está siempre en la calle. Sales a las ocho de la mañana y vuelves a las dos de la madrugada. ¡A ti no se te cae la casa encima! Hoy la expresión se interpreta en un sentido más literal. Antiguamente tenía el significado de ‘tener alguien muy mala suerte; ocurrirle a alguien una desgracia’, significado que seguramente se debía al que tenía en el siglo XVII en el argot de los jugadores de cartas: ‘perder porque alguien hace trampas’.
Caérsele a alguien la cara de vergüenza
Caérsele a alguien la cara de vergüenza: Si a alguien le da mucha vergüenza algo, lo normal es que se ponga colorado. Si le da muchísima vergüenza, la cara prácticamente le arderá hasta desprendérsele. La expresión, como otras muchas de nuestra lengua, sólo requiere para su interpretación una mínima dosis de imaginación. El camarero lo pilló robando la jarra y el tío ni se inmutó. Si me pasa a mí, se me cae la cara de vergüenza.
Caérsele a alguien la baba
Caérsele a alguien la baba: Si es niño, es un hecho normal, para eso existen los baberos. Si es adulto habrá que pensar en algo que provoca el asombro de esa persona hasta el punto de quedarse con la boca abierta (se dice también quedarse boquiabierto) y no controlar la emisión de saliva: Francisco está enamoradísimo de Beatriz; cada vez que la ve, se le cae la baba. V. Ser un babieca.
Caérsele a alguien el pelo
Caérsele a alguien el pelo: (¡Se te/le/nos/os/les va a caer el pelo!) Sufrir una persona sanción o condena por haber cometido alguna falta o algún delito. O sea, que la policía pilló a los ladrones cuando salían del banco, pues se les va a caer el pelo. La frase parece tener que ver con el castigo inquisitorial consistente en rapar el pelo a los condenados para público escarnio. Se cortaba también el pelo a los condenados a arder en la pira. Este castigo se aplicaba también en los cuarteles a los soldados como sanción disciplinaria, aunque muchas veces también era una medida higiénica para evitar las plagas de piojos. De todas formas, está demostrado que quien soporta algún gran disgusto o sufrimiento puede perder el cabello y sufrir otro tipo de problemas físicos. Esto fue lo que le sucedió a un personaje prototípico en nuestra lengua coloquial: Picio (v. Ser más feo que Picio), mote con el que se conocía a un pobre zapatero de la villa granadina de Alhendín y que, a comienzos del siglo XIX, fue condenado a muerte por un crimen que, al parecer, no había cometido. Aunque fue indultado a última hora, se llevó tal susto que se le cayó todo el pelo de su cuerpo y se llenó de pústulas y granos; de aquí también su consabida fealdad.