Andar/venir con pamplinas

Andar/venir con pamplinas: (¡No me vengas con pamplinas!||¡Déjate de pamplinas!) Poner excusas que nadie se cree. Que si el despertador; que si el autobús se retrasó; que si el colegio de los niños… Tú siempre andas con pamplinas. El caso es que nunca vienes a trabajar a la hora. Mostrar asco o desagrado. Pues filete de ternera, ¿qué va a ser si no? No sé por qué andas con tantas pamplinas a la hora de comer. Pones una cara que parece que estás comiendo qué se yo. Cosa de poca importancia o de escasa utilidad. Venga, déjate ya de pamplinas, que ya tendremos tiempo de rematar los bordes de las puertas. Vamos a lo importante, que es pintar la habitación. La pamplina es una planta, también llamada oreja de ratón, que crece en los sembrados y que resulta molesta e inútil para el agricultor, de aquí el significado de las locuciones. Hay, no obstante, una variedad de pamplina, conocida como maruja o lenteja de agua, que vive cerca de los regatos y en lugares húmedos y que se come en ensalada.

Andar(se)/venir con melindres

Andar(se)/venir con melindres: (Tener/hacer melindres||Ser melindroso) Ser demasiado ceremonioso o tímido. Mostrar excesiva educación o afectación cuando no es necesario. Venga, no andes con melindres y dile abiertamente la verdad: es lo mejor. El melindre es un pastelillo que suele hacerse con harina y miel, aunque admite otras variedades, con huevo y azúcar, por ejemplo. Quien anda con melindres dulcifica en exceso su forma de actuar.

Andar/pillar/coger con el pie/paso cambiado

Andar/pillar/coger con el pie/paso cambiado: (Tener/llevar el pie/el paso cambiado) Sorprender a alguien con algo que no esperaba, como sorprende la pelota al jugador de tenis o al portero de fútbol cuando se la tiran al lado contrario del que él pensaba, hasta el punto de haber iniciado el movimiento hacia el lugar equivocado. Realmente no sé que decir. Me pillas con el paso cambiado. Yo lo último que me esperaba es que fueras a enfadarte con el regalo. Al fin y al cabo es una broma. Posiblemente el origen de la frase esté en los pasos de la danza. V. A contrapié||A contramano.

Andar(se)/estar/mirar con cien/mil ojos

Andar(se)/estar/mirar con cien/mil ojos: (Tener cien/mil ojos||Andar(se) con ojo/con mucho ojo) (Tener(mucho)ojo/ojito) (Tener/andar con más ojos que Argos) Prestar mucha atención. Tener precaución. Todas estas expresiones están relacionadas con un personaje de la mitología griega, Argos Panoptes, el que todo lo ve, el gigante que acabó con el fiero toro que atemorizaba a toda la Arcadia. Argos estaba despierto y dormido al mismo tiempo, pues tenía cien ojos, de los que cincuenta se mantenían siempre abiertos y los otros cincuenta cerrados. Cuenta la leyenda que Hera le encargó que cuidara a una vaca blanca, que era en realidad Io, una ninfa sacerdotisa de su templo, amante de Zeus, a quien el dios supremo había dado esa forma para que la propia Hera no la descubriera. Hera ordenó a Argos que vigilara a la vaca para que nadie se le acercara, y menos aún Zeus, pero este pidió a Hermes que rescatara a la ninfa. El mentiroso Hermes contó a Argos una aburridísima historia que acabó haciéndole cerrar los cien ojos, momento que aprovechó para matarlo. Conmovida, Hera quiso perpetuar los cien ojos de su fiel guardián y los colocó en las colas de los pavos reales. Por esta carretera hay que andarse con cien ojos, porque es muy estrecha y hay poca visibilidad.|No le des mucha confianza a Carlos, con él tienes que andar con cien ojos, porque puede aprovechar cualquier cosa que digas para causarte problemas. V. Abrir los ojos.

Andar a las dos menos diez/a las dos y diez/a las tres menos cuarto

Andar a las dos menos diez/a las dos y diez/a las tres menos cuarto: Caminar con los pies abiertos en ángulo, con las puntas hacia fuera. Así suelen andar quienes tienen los pies planos. Es un tipo alto, descompuesto, anda a las dos menos diez, pero es un grandísimo futbolista. Si nos imaginamos que cada pie es una manecilla del reloj, la explicación está clara. Eso sí, quien anda a las tres menos cuarto puede tener algún que otro problema de equilibrio…

Andar(se)/estar a la flor del berro

Andar(se)/estar a la flor del berro: Usamos esta antigua frase para hablar de alguien demasiado amigo de las diversiones y los placeres y poco ocupado en asuntos serios. A ver cuándo haces algo de provecho; con tu edad ya va siendo hora de que dejes de andar a la flor del berro. El berro es una planta de la que sólo se come la hoja. La flor, blanca y pequeña, no tiene ninguna utilidad.

Andar/estar/ir a (la caza de) grillos

Andar/estar/ir a (la caza de) grillos: Emplear el tiempo en hacer cosas inútiles o de poca importancia, de las que no se saca ningún beneficio. Dices que te pasas todo el día estudiando, pero a mí me parece que andas todo el día por ahí, a la caza de grillos, haciendo tonterías. Existe una antigua fábula, de la que seguramente proviene el dicho, que cuenta las desventuras de una zorra que, teniéndose por muy astuta y considerándolos presa fácil, salió a cazar grillos y, como los oía por todas partes, no sólo perdió el tiempo y no consiguió atrapar a ninguno, sino que, encima, se volvió loca con tanto «cri-cri». Un antiguo refrán, posiblemente originado en la fábula, recogido en las compilaciones de Hernán Núñez (Pinciano) (1475-1553) nos advierte de que cuando la zorra anda a la caza de grillos no hay ni para ella ni para sus hijos.

Andando/arreando, que es gerundio

Andando/arreando, que es gerundio: Y claro que es gerundio, ¿pero por qué se lo recordamos a una persona cuando queremos decirle que hay que irse de un lugar o comenzar a hacer algo? Son ya las doce, así que, andando, que es gerundio, que mañana hay que levantarse pronto. Para explicar el origen del dicho se cuenta el chascarrillo del campesino que mandó a su hijo, más bien corto de entendederas, a estudiar a Salamanca, pero el pobre muchacho apenas cogió un leve barniz de ciencia en su estancia en el estudio salmantino. Un día su padre le ordenó que sacara al burro del establo y lo llevara al campo. Tal vez intentando sacarle alguna utilidad práctica a lo aprendido, cuentan que conducía al animal por las calles del pueblo al grito de: «Arreando, que es gerundio». No está mal recordar aquí que el excesivo uso del gerundio no es nada recomendable pues, aparte de llevarnos a cometer considerables errores gramaticales y de ser causa de ambigüedades («Vi a Luis entrando en el banco». ¿Quién entraba?), lleva con frecuencia a la afectación y a la cursilería; no en vano, el padre José Francisco de Isla (1703-1781) llamó Fray Gerundio a su ridículo predicador, modelo de los que mucho hablan y nada dicen, protagonista de su novela Historia del famoso predicador Fray Gerundio de Campazas, alias Zotes. Por cierto, tan unida está esta coletilla gramatical a la orden de ponerse en marcha que a veces se dice todo uno, como si la palabra gerundio también significara salir o marcharse y se oyen curiosidades como nos vamos, que es gerundio.

Ancha es Castilla

Ancha es Castilla: Se emplea esta expresión para dar a entender que alguien tiene libertad —o se la toma— para hacer lo que le venga en gana, sin límites ni fronteras, como no tiene límites ni fronteras la grande y ancha tierra castellana. Tú siempre haces lo que te da la gana, para ti ancha es Castilla y no te importa nada lo que piensen los demás de tu comportamiento. El dicho completo, al parecer originado durante las épocas de la repoblación de la meseta (siglos X-XII), rezaba: «Ancha es Castilla, y el rey paga», y seguramente aludía, aparte de a la extensión del terreno, a los beneficios económicos y de otro tipo que se obtenían al repoblar las tierras que iban quedando desiertas tras la reconquista a los musulmanes.

Amor platónico

Amor platónico: Amor espiritual, intelectual, inalcanzable y, por tanto, nunca físico. Los tiempos cambian, los modelos de hombre y de mujer también. ¡Pero un pedazo de mujer como Sofía Loren…! Fue, es y será siempre mi amor platónico. Estamos ante el tipo de amor expuesto por Platón en sus Diálogos —de ahí la locución—y el seguido fielmente por los caballeros renacentistas, hasta tal punto que, quien rompía las reglas del juego y sobrepasaba el listón de lo espiritual para alcanzar lo físico, pagaba con su vida, como el Calisto de La Celestina, por ejemplo.

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