El delito como hecho social
Gaudencio Zurita Herrera
Profesor ICM ESPOL
Guayaquil – Ecuador
Por años vivimos la ilusión de que el Ecuador era una “isla de paz” y que aquello iría así por siempre ya que solo dependía de nosotros. Mientras Sendero Luminosos marcaba el desangre de Perú, y varios frentes guerrilleros el de Colombia, creíamos ser inmunes a los vientos de la violencia de génesis político y apenas si de vez en cuando uno que otro hecho de sangre irrumpía en el pacífico quehacer de nuestra ecuatorial existencia.
El “secuestro exprés” no era una frase conocida en nuestro diccionario, ni que decir del término “sacapintas” o de la “escopolamina”; hablar de estadísticas delincuenciales no cabía en el portafolio de los medios de comunicación ni del común de los ciudadanos. El “narcotráfico” se generaba en todas las naciones en las que alguna vez constituyeron el Tahuantinsuyo, menos para nosotros. El “sicariato” no podía ser que nos afecte, apenas si se conocían casos “folclóricos” en alguna provincia costeña.
Y llegó el siglo XXI y se cayeron las torres y todo lo que es seguridad se reconfigura en el mundo; y, somos parte del mundo, con el agravante que la sociedad de la información ya había llegado; surge una nueva recesión mundial en la que tener trabajo es un lujo y no satisfacer necesidades básicas un bien común, y, así como se globaliza lo bueno se globaliza también lo otro. Con nuestras particularidades, emigración masiva hacia Norte América y Europa, con su secuela de hogares desgarrados y niños llegando a jóvenes que crecen sin los tradicionales estándares que nuestra sociedad acostumbraba darle a sus generaciones.
Se notaba que ya no éramos inmunes a las crisis financieras mundiales y que la seguridad ya no podía tomarse como un “bien” que dependía de nosotros y solo de nosotros. Había sido cierto que la globalización se daba en todos los ámbitos.
Hoy en el Ecuador del siglo XXI no es novedad que los árbitros de un partido de futbol sean atacados y “castigados ” por los dirigentes del equipo perdedor al terminar el cotejo, por que no les favoreció el resultado; tampoco es novedad que a nombre de una cultura ancestral se castigue a transgresores de la ley utilizando métodos poco ortodoxos; o lo que es peor que un populacho se tome la “justicia por sus propias manos” por que dicen ya estar cansados que la justicia convencional no actúe; tampoco nos asombra leer que el “sicariato” florece en calles y plazas aunque todavía nos provoca miedo; y , hasta un jefe policial alguna vez nos dijo en televisión, refiriéndose al tráfico de drogas: “lo que se incauta es apenas el 10%”; rematamos viendo como en una manifestación universitaria, un agente del orden de convierte en bonzo y luego de discursos incendiarios y polémicas, el policía incendiado queda.
Hemos pasado de la insensibilidad al temor. De “eso no puede ocurrirme” a “tengo miedo hasta de salir de mi casa”.
La ESPOL misma sufrió bajas entre sus profesores y estudiantes el año 2009, el asesinato de un profesor sigue en el misterio; por el de la estudiante hubo mejor capacidad de reacción entre sus compañeros y amigos y se montó una presión pública que la autoridad no pudo ignorar, aunque se mantienen incógnitas.
Instrumentos apetecidos por los delincuentes son las laptops de los estudiantes politécnicos; no pueden transportarlas libremente so pena de perderlas y lo que es más, arriesgar sus vidas. La delincuencia incidiendo también en la calidad de la educación. Ya ni siquiera comentamos el despojo violento de celulares y calculadoras a nuestros estudiantes, perdimos poco a poco nuestra capacidad de sorprendernos; y eso es negativo, un buen ejemplo de esta inconfesable “resignación” es el sicariato; cuando se reporta un caso, quedamos satisfecho al escuchar “aparentemente ha sido un ajuste de cuentas” o “era un problema de faldas ”, o “el occiso tenía antecedentes penales”. Asunto concluido; próximo caso.
Esta es la primera entrega que consta de cuatro.
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