La fotografía en Ecuador y particularmente en Guayaquil siempre ha sido de gran calidad, aunque casi no se conozca a sus protagonistas. Para los ecuatorianos, la historia de la fotografía empieza en 1841, cuando un vapor belga trae al puerto el primer daguerrotipo. A partir de ese momento, se experimenta con técnicas en soporte de metal, hasta que se inventa la fotografía en papel y con ella las tarjetas de visita, similares a las actuales tarjetas de presentación, pero con retrato incluido. La fotografía se democratiza cuando se empieza a imprimir en serie. Así florecen los primeros establecimientos fotográficos: Leonce Labaure, Eugenio Manoury “Fotografía del Guayas”, Ricardo Tossell, Vargas Corbacho, Julio Bascones.

En 1864, arriba la española Comisión Científica del Pacífico con un personaje que tomará las fotografías urbanas más antiguas que se conservan de Guayaquil: Rafael Castro  Ordóñez documenta los muelles, el Ayuntamiento, la iglesia de San Pedro y hasta la casa esquinera donde funcionaba la firma “R.T. Retratos de Ambrotipo y Fotografía”, de su compatriota Ricardo Tossell.

g13Pero la fotografía como medio artístico gana en importancia cuando se publican álbumes con imágenes urbanas. En 1892 aparece Vistas de Guayaquil, con 22 fotos que presentan la cara de una ciudad que aspira a ser “moderna”, con hermosos monumentos, amplias edificaciones, navegación a vapor y fábrica de gas. De similares características son los álbumes Recuerdo de Guayaquil (1909), Guayaquil a la Vista (1910 y 1920), El Ecuador en el Centenario de la Independencia de Guayaquil (1920), América Libre (1920), entre otros.

Guayaquil entra al siglo XX con una población que ha crecido geométricamente, a causa de las migraciones internas y externas, interpelada por una modernidad cultural que le sobreviene vertiginosa. La actividad fotográfica se revitaliza con la incorporación del fotoperiodismo en los principales periódicos (El Telégrafo, El Grito del Pueblo, La Nación, El Tiempo, El Guante) y en las revistas ilustradas, cuyos lectores pertenecen a una nueva clase: la media, formada por comerciantes, abogados, médicos, burócratas y artistas.

En 1900, una legión de fotógrafos profesionales ya habla de los beneficios de la cámara parque_historico_10_jun_13_6Kódak y lee el “Manual de Fotografía” impreso por Garnier. La aparición de las instantáneas contribuye al auge de los fotógrafos aficionados. Autores clave de la historia de la fotografía ecuatoriana en el siglo XX pertenecen al gremio de los “aficionados”, como el cuencano Emanuel Honorato Vázquez, el guayaquileño Rodolfo Peña Echaiz y el brasileño-libanés (y ecuatoriano de adopción) Antonio Hanze Sarquiz.

En Guayaquil siempre predominó la actividad fotográfica vinculada a los géneros tradicionales del retrato y el paisaje. Entre los cultores del primero, destacaron Julio Bascones, José Menéndez (Menéndez & Jaramillo), Enrique Lasarte, Rodolfo Peña Echaiz, Enrique de Grau e Iscla, Arturo González, Arsenio Santos Garzón (Foto Rafael), Miguel Wengerow, Miguel Rogelio Jordán, entre otros. Y entre los paisajistas, sobresalieron los Hnos. Till (Fotografía Alemana), José Rodríguez González, Enrique de Grau, Julio Timm, Miguel Ángel Santos, Antonio Hanze Sarquiz, Víctor Iza Rodríguez, John N. Carras, Elio Armas.

Podemos afirmar que en los años setenta del siglo pasado, la fotografía artística se renovó con el ensayo fotográfico. Entonces, los nuevos artistas elaboraron monografías visuales con temas específicos de diversa índole, mediante la fotografía directa. De esas hornadas descuellan los nombres de Luis Costa, Jorge Massucco, Carlos Mora, Marina Paolinelli, César Franco y Bolívar “Bolo” Franco. Y entre los últimos fotógrafos del puerto, hay dos que son imprescindibles: Ricardo Bohórquez y Amaury Martínez.

Precisamente en días anteriores, bajo la atinada gestión de Irving Iván Zapater, el Consejo Nacional de Cultura publicó dos sendos libros de Bohórquez y Martínez que amplían la bibliografía fotográfica en el Ecuador. “Guayaquil” y “El Circo” son, respectivamente, los ensayos fotográficos de estos autores que revelan una mirada que escapa a la visión hegemónica de los fotógrafos oficiales de la “regeneración urbana”.

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En Ricardo Bohórquez y Amaury Martínez no existe el afán de pintar los cielos de Guayaquil ni hacer propaganda de la administración municipal. Por el contrario, la perspectiva que manejan es inseparable a su compromiso con la realidad social, que aparece recreada desde múltiples aristas, gracias a la libertad de representación que implica el quehacer fotográfico. Valga la oportunidad, entonces, para ponderar a estos talentosos artistas, legatarios de una rica tradición fotográfica en la ciudad y el país, la misma que debemos conocer, valorar e impulsar.

 

 

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