No sé si aún me recuerdes. A decir verdad, tu rostro en mi memoria aparece como una fotografía vieja, poco nítida, y tu voz aún menos perceptible. Ya casi no existes de forma clara en mis pensamientos, pero aún hay algo de nostalgia cada vez que escucho tu nombre o veo tus huellas entrecruzadas en fragmentos de mi vida: recorro las mismas escaleras que utilizabas, voy al mismo bar a consumir el mismo postre, a veces suenan tus canciones favoritas en la radio, e incluso por ahí casualmente suelo ver a tus amigos y cercanos. Sin necesidad de buscarte, tus huellas están por ahí, interceptándose con las mías en los senderos que voy recorriendo.
Han pasado algunos años, y no quedan ya vestigios de tu presencia en mi vida – a más de las huellas que ya te mencioné. Es como si nunca hubieras existido. De hecho, la única evidencia contundente de tu paso por aquí son esos vagos recuerdos que evocan emociones aún. Ni siquiera yo soy el mismo de aquel entonces, en el proceso de olvidarte también dejé gran parte de mí.
No te necesito en mi vida. De hecho, nunca te necesité. He podido vivir sin ti perfectamente durante poco más de dos décadas, y así seguirá siendo. Lo que mi conciencia sí necesita es una explicación a todo: al final de tu historia, al motivo por el que permaneciste un tiempo breve en mi vida, a los momentos felices que pasamos, pero sobre todo, al porqué de tu deshonestidad. Si simplemente con mostrar tu esencia, yo te habría dejado pasar, ¿cuál era la necesidad tuya de fingir tantas cosas? No quiero que vuelvas, no pretendo guardar rencor ni involucrarme en tus asuntos. Solo necesito una explicación.
Talvez éramos muy jóvenes para los asuntos del amor. Probablemente, yo no estaba preparado para tantas experiencias juntas, ni tú para afrontar realidades. Seguramente utilicé más emoción que mente (grave atentado a la objetividad), y me negué a aceptar las cosas que la vida me ponía en frente. Pero ¡vaya que estuve loco por ti! Mi vida tenía el color de tus ojos. Siempre fuiste importante para el muchachito de los churros, para el ratón de biblioteca dando pininos en su vida universitaria. Por ahora te agradezco por haber tenido algo de real, y no ser una mera fantasía o ente imaginario.
Definitivamente, tu paso por mi vida es ahora uno de los ladrillos más fuertes de mi personalidad. Solo me queda agradecerte por enseñarme a aceptar las cosas y a seguir avanzando. Y ten por seguro que, si en algún momento nos volvemos a ver y me quedo en silencio, es mi pregunta sutil que aún busca su respuesta. Espero de todo corazón, que tu vida continúe con el mismo ímpetu tan propio de tu libertad, la cual admiro incansablemente. Mi vida ya tiene su propio color, espero que la tuya también.
¡Cuídate!
Me puse a pensar en lo mucho que cambian las cosas de un momento a otro. ¿Qué tan paradójica puede ser la vida? ¿Puedes un día estar lamentando tus decisiones, y un año después sentirte agradecido por haberlas tomado?
Puedes un día estar arrodillado del dolor, suplicando a la vida que te saque de un sitio. Y un año después, estar viviendo justamente todo lo opuesto a esa sensación.
Recordaba una de esas experiencias que casi no se cuentan. Un día como hoy, hace un año, me encontraba en un país bastante lejano: descubriendo ciudades, personas y culturas totalmente distintas a lo que conocía. Y como buen migrante, había llevado unas maletas más llenas de sueños que de ropa. Pero con sueños que se marchitaban ante desafíos que no había experimentado antes. Una silenciosa huésped, la depresión, me había estado invadiendo sin siquiera darme cuenta.
A pesar de estar cumpliendo mi más grande sueño, sentía que el premio a pagar por vivirlo fue renunciar a una vida muy estable, que me costó mucho construir:
Renunciar a vivir momentos familiares importantes.
Renunciar al hogar que había construido con quien creía que iba a compartir el resto de mi vida.
Renunciar a mis rizos desordenados con el viento por las tardes de Guayaquil, Quito, Yantzaza o la ciudad donde me encontrara.
En fin, renunciar a una versión mía que amaba mucho, y de la cual me sentía muy orgulloso.
Y entre la tristeza de aquellas renuncias, asomaba una «culpa extraña»: la culpa de sentirme deprimido en medio de un sueño que había perseguido toda mi vida.
Tuve que bajar mucho para empezar a subir de nuevo. No porque la experiencia que viví entonces fuera mala (de hecho, ¡fue sin duda la más emocionante, energizante y vibrante de mi vida hasta ahora!). Sino por la incertidumbre de no entender esa dualidad de emociones.
Y ahora, un año después de uno de esos momentos más depresivos, me doy cuenta de algo: ese momento fue un punto de inflexión para mi. Estaba recibiendo a un nuevo Mike. Uno cuya evolución estaba destinada a ser y relucir.
Y así, luego de 25 países visitados, de incontables estudios (especialmente, intentos de estudios), de momentos de timidez y extroversión, de cambios de estilos de liderar… he logrado aceptar a una nueva versión de mí mismo.
Y es extraño, porque todo y nada ha cambiado a la vez:
Sigo vistiendo ponchos (nuevos y antiguos)
Sigo riendo a carcajadas
Sigo llorando cuando me nace
Sigo cantando con emoción
Sigo siendo exigente y autoritario cuando amerita
Sigo disfrutando cada viaje con la misma emoción que el primero
Hay cosas que cambiaron mucho:
Recordé lo bonito que es vivir un duelo, volverme a conocer y reconectar conmigo mismo
Valoro la colectividad y el poder del liderazgo compartido
Volví a sentir lo bonito que es estar soltero, disfrutar a solas y con compañías temporales
Reconecté con mi capacidad de volver a enamorarme e intentarlo (cada vez con menos miedo)
Conozco a mis emociones mejor que antes
Recordé lo hermoso que se siente cristalizar sueños y ver nuevas metas nacer
Volvi a sentir un fuego quemar mi voluntad. Un fuego al que llaman «liderazgo»
Si. Todo y nada ha cambiado en tan poco tiempo. Y más agradecido no podría estar. Y lo celebro hoy, precisamente hoy, con una taza de chocolate, ligeramente despeinado y con un nuevo poncho.
La soledad que me caracteriza me hizo reflexionar mientras tomaba una taza de café. No soy poeta (ni pretendo serlo), pero pareciera en ciertos momentos que las cosas inertes me hablan. Sí, probablemente pensarás que estoy rayado, pero es una metáfora (aún intento aprender a hablar en metáforas, disculparán). La mente reflexiona a todo momento, y las ideas surgen en el momento menos indicado. Esta breve historia narra uno de esos momentos.
Estaba ahí, en un punto muy remoto de mi provincia, tomando un respiro y buscando estrellas.
– Nos olvidamos tanto de disfrutar la tranquilidad cuando podemos disfrutarla, que luego la andamos extrañando – me dijo una persona que pasaba por ahí.
– Lo sé – sonreí con cortesía y algo de alivio.
Bebía una taza de café a la intemperie, con el único sonido de las ranas y los grillos en la oscuridad de la noche. No buscaba nada en particular, sino simplemente vivir el momento (y no me refiero a ese YOLO que utilizan algunos para justificar el desenfreno y la idiotez). Quería congelar el tiempo.
El aroma de la taza me recordó a alguien a quien ni siquiera le gustaba el café. Tal vez sólo buscaba una excusa para recordar… Quizás sus ojos oscuros eran similares a ese tinto caliente, o el dulce del azúcar. No lo sé. Volví a sonreír como es costumbre.
Me gustan mucho los altibajos de la vida. Somos capaces de hundirnos en lo más hondo de las tristezas, o de reírnos hasta sentir dolor en la barriga. ¡Polaridad de emociones! Ese momento, en ese lugar, puedo decir que en ese instante viví un breve instante de felicidad.
Y cuando de pronto siento un rezago de tristeza, pienso igual que la canción: “Y Dios, con perdón, tiene un extraño sentido del humor”.
Dicen que el tiempo es una ilusión. Cinco minutos pueden parecer eternos, una hora puede parecer cuestión de segundos… ¿un año? Ya antiguamente he mencionado mi concepto de “idiotización social” (creer que uno ha sufrido o vivido más que el resto, minimizando las experiencias de los demás). Sin caer en ella, me gustaría hacer un recuento especial de mi último año, resumido en 10 enseñanzas valiosas que quizás deba recordar año a año:
Todas las personas – TODAS, SIN EXCEPCIÓN – somos buenas y malas a la vez. Lo que nos diferencia es que unos causan efectos positivos y otros efectos negativos en nosotros. No hay que caer en juicios, pero sí ser juiciosos (valga la redundancia) para identificar círculos tóxicos y círculos vitamínicospara nuestra vida. ¿Cómo? Sencillo: ¿te convienen? ¿qué aportan a tu vida? Responder eso y ya. Alejarse de raíz y cuidar a quienes merecen quedarse.
Fiarse al 100% de lo que los demás te dicen es irrelevante para tu vida. Caramelos de Cianuro menciona claro que “cuando hay más de dos personas, siempre hay más de dos verdades”. ¿Qué más da? Sé objetivo: cada quien tiene sus verdades. SI algo es ambiguo, descártalo. Cree en tu instinto y tu propia experiencia. Confía en tu intuición, pero considera la posibilidad de que puede(quizás, posiblemente, talvez…) que tengas algún grado de error.
El karma no es en sí una fuerza externa, sino la consecuencia de tus actos. No le des vuelta, no hay supersticiones. Si haces algo, se te regresará porque tus acciones generan reacciones. Leyes de Newton, conceptos básicos…
Hacen falta más que buenas intenciones para amar a alguien. Así como uno escoge a quien amar –amar de verdad, no las estupideces que presentan las novelitas y canciones – uno es capaz de decidir quién se queda y quién se va. Toma tiempo y fuerza de voluntad, pero es parte del autocontrol.
Si metiste la pata, perdónate. ¿Qué más da? Sigues vivo. Bueno, biológicamente lo estás, aunque hayan cosas que te vayan matando de a poquito (metafóricamente). Si el panorama te cambia, genera una nueva estrategia. Si no se te ocurre ninguna, aléjate de tus círculos tóxicos. No hagas nada si no te place, vive tu luto. Pero nunca, NUNCA te detengas. No mereces culparte, total eres tu propio y único juez.
Date oportunidades. Vive despeinado si quieres, o usa el mejor gel y los perfumes más olorosos si te place. O un día despéinate y otro día arréglate. El mundo dirá lo que sea, pero si no te das tus propios gustos, ¿pretendes que alguien más te consienta? Eso sí, sé inteligente y afronta tus consecuencias con responsabilidad. Pero no temas darte gustos.
Un hábito no se suprime, se reemplaza. No intentes reprimir tus malos hábitos, más bien genera nuevos. ¿Te gusta comer frituras y quieres dejarlo? No te mates de hambre, reduce paulatinamente tus consumos y reemplázalos con otras comidas (por ejemplo). Prueba cosas nuevas, vale la pena.
Sé curioso. No te conformes con lo que los profesores te dicen, ellos sólo te compartirán lo que crean conveniente (unos son más generosos que otros). Confía en tu intelecto y averigua qué hay más allá de lo que dicen. Googlea, Wikipedia, lee, mira videos, conversa, escucha… haz lo que sea, pero aprende todo lo que más puedas. Jamás sabrás cuándo algo de eso te servirá para resolver cosas complejas.
Hay extraños que se te acercan por la pura casualidad de decirte lo que necesitas oír, y amigos que te dirán cosas que no te servirán.Escucha lo que te sirva, el resto es bullshit.
No temas ser diferente. Todos lo somos, pero la sociedad busca estandarizarnos. Si te place romper reglas, rómpelas. Pero ojo, sé inteligente y respetuoso. Hay momentos y circunstancias para todo. Equivócate sin querer, o queriendo, paga tu consecuencia, gana tu premio y continúa. Pero vive.
Compartir con alguien tu vida, al punto de ya construir un futuro mutuo a pasos breves, es simplemente una de las cosas más geniales del mundo. Pero, ¿qué ocurre si un día descubres que no todo era tan perfecto? Y no precisamente por defectos del uno o del otro, ni infidelidades ni cosas vanas, sino algo más allá, más profundo y sagrado. ¿Qué pasa cuando al finalizar una historia tan bonita te observas detenidamente, y ya no sabes quién eres? Cuando te perdiste en el “camino del amor”, vendándote los ojos y olvidándote de ti.
Ahora que es tiempo de retomar tu historia individual, descubres que no puedes, porque ya no te acuerdas de quién eras… muchas cosas en ti cambiaron. Por supuesto que con cada historia aprendemos algo, y es rescatable. Pero hablo de ese desamor amargo que te demuestra que, en el camino de ambos, olvidaste tu esencia, ya no eres único en el mundo. Ya no haces lo que tanto te apasionaba de soltero, eso que te hacía sentir vivo, que te llenaba la vida y no lo notaste sino ahora, gracias a ese desamor.
Ese es precisamente el desamor reconstructivo. Aquel que te permite notar qué has olvidado de ti, es como un jalón de orejas que nos hace la vida para recordarnos quiénes somos y hacia dónde vamos.
“Me perdí a mi mismo por mucho tiempo, y ahora que finalmente soy yo de nuevo, no puedo…” (Imagen perteneciente a Cristhian Corta)
“Me perdí a mi mismo por mucho tiempo, y ahora que finalmente soy yo de nuevo, no puedo…”
Si esto ocurre, seguramente nos culparemos, nos resentiremos con el otro y con nosotros mismos, pero no es lo adecuado. Seguramente sí, pudiste fallarte a ti mismo, incluso en el peor de los casos atentando contra tus principios, arriesgaste tus estudios, tus planes a futuro, tus sueños, incluso tu vida, porque pensaste que “valdría la pena por esta historia”.
Nunca nada valdrá más la pena que nuestra propia esencia.
Es hora de desempolvar el alma, de retomar el viejo yo empolvado, de perdonarnos a nosotros mismos y ser egoístas – amarse a sí mismo jamás, JAMÁS será un pecado ni una mala acción, siempre y cuando respetemos la libertad de los demás – por el puro placer de ser felices. Es hora de volver a recolectar conchas, de hablar con las estrellas, de retomar tus viejos libros, de ver tus series favoritas o ir al cine así sea solo o con amigos, de pensar en entrenar un deporte que quizás dejaste o que no te diste el tiempo de practicar… es hora de volver, estimada alma mía.
Muchos denominan a nuestra actual etapa como la “era del conocimiento” ya que existe tanta información disponible públicamente, y que se utiliza tanto en los procesos pedagógicos – autónomos y en instituciones educativas – como en investigación (producción de conocimiento nuevo). Lo cierto es que se enfatiza mucho el papel de la universidad como ente clave en el extensionismo, buscando aplicar los conocimientos en beneficio de la sociedad resolviendo problemas reales. Pero las universidades no son sólo profesores investigadores: los estudiantes también deberían ser parte de este proceso. ¿Cómo puede un estudiante de pregrado ser parte de la transferencia del conocimiento en beneficio de la sociedad?
En mi experiencia como estudiante, puedo asegurar que mi universidad me ha brindado hasta ahora tres elementos importantes: conocimientos técnicos, científicos y vivencias pre-profesionales. El resto del aprendizaje depende de una gran virtud: la curiosidad. Es el deseo de aprender el que nos lleva a ser proactivos, a tomar iniciativas para buscar en la web otras oportunidades de aprendizaje, como programas de intercambio, grupos de voluntariado o de difusión del conocimiento. Esto se ve manifestado en los tantos clubes de actividades extracurriculares que permiten que muchos estudiantes ejerzan su liderazgo positivamente.
Lamentablemente, muchos profesores minimizan al estudiante, considerándolo un simple cofre en el que pueden encerrar conocimientos técnicos a través de memorizaciones y cálculos que, si bien son útiles, ignoran el potencial humano, tan necesario para poder interactuar con la sociedad y realizar cambios significativos en la realidad actual. Tanto la iniciativa del estudiante como el apoyo del profesor constituyen alas para emprender extensionismo. El apoyo del profesor motiva al estudiante a buscar soluciones y aplicarlos en el entorno. Y no se trata de que el profesor apruebe o niegue permisos o ideas para proyectos, ni tampoco que le de al estudiante todo hecho. El profesor es un modelo cuyos consejos y sugerencias orientan al estudiante hacia su propia realización.
A pesar de los esfuerzos positivos realizados por la SENESCYT para traer Prometeos y becar a ecuatorianos en el exterior, yo considero que es necesario que las instituciones de educación superior fomenten el diálogo estudiante-profesor para generar emprendimiento social en nosotros, los estudiantes de pregrado. La solución a veces está escondida en la mente de quienes no son escuchados.
Todos hablan de enamorarse, de sentir cosas por alguien y de querer darle lo mejor de uno mismo. Y aunque hasta la vez, jamás he sentido las benditas “mariposas en el estómago” (las mariposas no pueden vivir dentro de un humano, además se mueven por el viento. ¿Cómo pueden sentirlas en la barriga?), sé que hay algo que se siente bonito en el pecho. De hecho, uno puede sentir muchas cosas bonitas en el pecho: cuando veo animalitos pequeños, cuando escucho los ruidos de un bebé balbuceando, cuando miro las estrellas, cuando me pasa algo bueno, etc.
Pero hay una cosa que es más bonita que las demás, es una emoción diferente. Hay una emoción tan increíble cuando conoces a alguien que, a través de sus ojos, refleja lo bueno que hay en ti. Es como si en el mundo existieran otras personas que ven en ti cosas que desconoces. Es algo así como centrar mi mirada en un punto fijo. Bueno, dos puntos fijos: sus ojitos. Cuando veo sus ojos, pareciera que son una puerta al alma, y me dan tantas ganas de entrar y explorar, limpiar lo que esté desordenado, reparar y decorarlo a gusto del alma que la habita. ¿Y sabes qué es lo más curioso? Que esos ojitos parecieran decirme “pasa, eres bienvenido”, y sutilmente al bajar un poco, sus labios parecieran confirmar lo mismo. Entonces me limito a acercarme y besarte la mejilla. Si tan sólo fuera más valiente…
Perdóname si esta noche me he puesto un poco más romántico de lo normal. Pero es que en el corazón de quienes escriben, no hay nada que detenga el flujo de emociones que se plasman en palabras. Espero no te incomode ser la razón de este escrito. De hecho, quería hacerte saber que aunque no eres el amor de mi vida, fuiste una ilusión muy tierna aquí.
Solo quería agradecerte por tu breve paso por mi vida. Y añado algo a este breve escrito. Enamorarse de ti debe ser la experiencia más increíble del mundo. Lástima que soy muy reacio para permitírmelo. Pero la persona que lo haga, será una de las más felices del mundo.
Me asomé a la ventana con la esperanza de encontrar una sonrisa amigable en ella. Y efectivamente así fue. Es probable que ella, por sí misma, ya haya muerto hace tiempo, pero lo cierto es que contemplarla me ha removido la conciencia (lo que muchos llaman el corazón).
Al verla, le preguntaba si tal vez alguno de sus rayitos bastara para iluminar el caos en el que estaba mi vida hace unos días.
Esa estrella, la única que veía en ese momento, me permitió reflexionar. Comprendí que aunque es malo culpar a otros y no asumir los errores, es importante conservar el amor propio. En mi caso, yo no encontraba motivos para arrepentirme, pues mala intención no hubo ni hay. A la final, lo único con lo que puedes contar es contigo mismo. Los demás buscarán enojarse contigo, hacerse las víctimas para que doblegues tu orgullo y manipularte. ¡Cuidado!
«… entendí que era libre para escoger mi destino»
Me han llamado orgulloso, egoísta, tacaño y exagerado. Y haciendo un examen minucioso de mi personalidad, no hallo esos calificativos en mí. Lo que sí encuentro es firmeza y convicción: no hay vuelta que darle a las decisiones que tome. Y preferiré mil veces la soledad antes que pedir disculpas por acciones mías que tome sin intención de herir a otros. Prefiero quedarme desamparado, morir solo y perder a tantos “amigos” que intenten hacerme cambiar de opinión cuando estoy en lo correcto.
Y es que por esta personalidad es que sigo vivo, es mi esencia, es lo que me permite confiar en otros y ayudar. Es mi motor de cada día, mi soporte. Es este “mal genio” el que me ha salvado tantas veces de muchos errores. Asimismo, siendo consciente de mi jodido carácter, valoro y cuido a quienes a pesar de él me comprenden y me brindan su verdadera compañía, a quienes intento ser más que recíproco.
Seguramente tengo muchas cosas que cambiar, pero mi firmeza no es una de ellas.
Así, esa estrella en el cielo era todo lo que necesitaba. Donde sea que estés, gracias por aclarar mi panorama. Ahora sí, la lucha continúa. ¡Nos vemos en las estrellas!
Admito que la principal razón por la que no me gusta vivir en la ciudad, seguida del tráfico vehicular y de las muchedumbres, es la ausencia de estrellas. Extraño acostarme en la arena del mar y ver las estrellas frente a mí. Podía viajar mentalmente por ellas, intentando hallarme en alguna de ellas, interrogándome dilemas sobre la vida y sus diferentes escenarios, o tal vez quedarme por un momento sin emoción alguna. Solo, y sólo existiendo. Sí, existiendo. Entre tantas cosas que hago a diario, a veces olvido que existo, que soy parte de un universo natural que va más allá del nicho que los humanos hemos adecuado para nosotros, con edificios y dispositivos diseñados para interactuar con nosotros mismos. Vivimos rodeados de seres biológicamente iguales a nosotros, nos relacionamos con ellos, pero al final cada quien vive encerrado en su propia burbuja.
¿Y si mi burbuja va más allá de una vida rutinaria? Mi burbuja me deja ver belleza en las flores, en los animales, en la mirada de un bebé. Veo belleza en una conversación, en un libro, en un abrazo y en un café. Y veo belleza en las estrellas. Hay belleza en todo, pues existen las emociones. Al final, es eso lo que amamos: las emociones, los sentimientos. La vida se vuelve rutinaria cuando pierdo esa capacidad de ver belleza en lo que me rodea. Uno pierde esa capacidad al olvidarse de que existe.
Cuando veo las estrellas me limito a existir, dejando que únicamente sean los sentimientos y las emociones las que se expresen. El problema es que las personas permiten que sus rutinas limiten su plena existencia, y esto ha causado un miedo irracional a la soledad. Es bello compartir momentos con los demás, pero es también justo y necesario darse tiempo para uno mismo. Para realmente saberse existente. Entonces las energías se habrán recargado, y habrá fuerza suficiente para continuar existiendo en interacción con los demás.
En este momento, simplemente extraño mis estrellas.
Siempre he creído que la naturaleza es perfecta. La relación entre los seres vivos y el entorno, y el modo en que el mundo necesita los ciclos naturales me hacen ver al mundo como una combinación perfecta. En el colegio, recuerdo que solía amar mis clases de Anatomía: todas las células trabajan juntas para el buen funcionamiento del cuerpo. Por supuesto que quería ser médico, pero a veces la vida se burla de nuestros planes. Ya ven, decidí estudiar Biología Marina. No era mi sueño principal. Aunque no me arrepiento. En las clases, los profesores explican cómo funciona el planeta, cómo los ecosistemas dependen de cada ser vivo, y como una acción pequeña puede tener impactos grandes en la naturaleza. Es triste notar cómo los humanos destruimos el planeta sin la mínima preocupación. Necesitamos ver el mundo como un hogar temporal, en el que somos solamente invitados.
Me recuerda a mí cuando tenía seis años. Me gustaba jugar en el jardín de un templo al que mi mamá solía llevarme. ¡Habían muchísimas rosas! Una vez, mi camiseta se enganchó en la espina de una de las rosas. Hablé con mi mamá al respecto y sonrió. Me dijo que las rosas hacían eso (te enganchaban) cuando se sentían solas y querían cariño. Como todo buen niño inocente, me lo creí. Cada que me ocurría eso, solía llenar un vaso con agua y, con cariño, regarla en señal de afecto. Sé que suena algo chistoso o loco, pero desde pequeño entendí el mensaje de amar a la naturaleza y a todos los seres bióticos, pues ellos viven tanto como nosotros los humanos.
¡Mi espíritu se graduó de biólogo!
¡Qué creativas son las madres al enseñar virtudes a sus hijos!