Desamores reconstructivos

Compartir con alguien tu vida, al punto de ya construir un futuro mutuo a pasos breves, es simplemente una de las cosas más geniales del mundo. Pero, ¿qué ocurre si un día descubres que no todo era tan perfecto? Y no precisamente por defectos del uno o del otro, ni infidelidades ni cosas vanas, sino algo más allá, más profundo y sagrado. ¿Qué pasa cuando al finalizar una historia tan bonita te observas detenidamente, y ya no sabes quién eres? Cuando te perdiste en el “camino del amor”, vendándote los ojos y olvidándote de ti.

Ahora que es tiempo de retomar tu historia individual, descubres que no puedes, porque ya no te acuerdas de quién eras… muchas cosas en ti cambiaron. Por supuesto que con cada historia aprendemos algo, y es rescatable. Pero hablo de ese desamor amargo que te demuestra que, en el camino de ambos, olvidaste tu esencia, ya no eres único en el mundo. Ya no haces lo que tanto te apasionaba de soltero, eso que te hacía sentir vivo, que te llenaba la vida y no lo notaste sino ahora, gracias a ese desamor.

Ese es precisamente el desamor reconstructivo. Aquel que te permite notar qué has olvidado de ti, es como un jalón de orejas que nos hace la vida para recordarnos quiénes somos y hacia dónde vamos.

“Me perdí a mi mismo por mucho tiempo, y ahora que finalmente soy yo de nuevo, no puedo…” (Imagen perteneciente a Cristhian Corta)

“Me perdí a mi mismo por mucho tiempo, y ahora que finalmente soy yo de nuevo, no puedo…”

Si esto ocurre, seguramente nos culparemos, nos resentiremos con el otro y con nosotros mismos, pero no es lo adecuado. Seguramente sí, pudiste fallarte a ti mismo, incluso en el peor de los casos atentando contra tus principios, arriesgaste tus estudios, tus planes a futuro, tus sueños, incluso tu vida, porque pensaste que “valdría la pena por esta historia”.

Nunca nada valdrá más la pena que nuestra propia esencia.

Es hora de desempolvar el alma, de retomar el viejo yo empolvado, de perdonarnos a nosotros mismos y ser egoístas – amarse a sí mismo jamás, JAMÁS será un pecado ni una mala acción, siempre y cuando respetemos la libertad de los demás – por el puro placer de ser felices. Es hora de volver a recolectar conchas, de hablar con las estrellas, de retomar tus viejos libros, de ver tus series favoritas o ir al cine así sea solo o con amigos, de pensar en entrenar un deporte que quizás dejaste o que no te diste el tiempo de practicar… es hora de volver, estimada alma mía.

Sin resentimientos, me perdono de corazón.

 

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