El centro de todo debe ser Cristo

“Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús.” (II Corintios 4, 5)

Cuando evangelizamos el centro de nuestra prédica debe ser Cristo, no nosotros. Si hablamos de nosotros, debe ser sólo para mostrar las maravillas que hizo el Señor en nuestra vida. La misericordia que obró en nosotros no nos debe llevar a mostrarnos como el centro, sino al contrario.

Si lo que abunda en nuestra mente es la Palabra de Dios, saldrá por nuestra boca y nos justificará. Ella nos limpiará y borrará toda soberbia para que el que resplandezca ante los hermanos sea Jesús.

Dios mandó que surja la luz entre las tinieblas, una luz que ilumina el entendimiento y nuestros corazones. Esa luz es la que predicamos mediante la Palabra, y debe ser tan patente en nuestra prédica como en nuestras acciones.

Alabemos a Dios con el Salmo: “No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria, por tu misericordia y tu verdad.” (Salmo 115, 1).

Por eso es importante sentir como siente Pablo. Él no se considera más que un siervo de los hermanos, no por falsa humildad, sino por amor de Jesús. De ahí parte el anuncio del Evangelio, de ver a los demás como almas valiosas por las que Cristo entregó su vida.

II Corintios 4, 7-8

El Evangelio de Cristo es un tesoro incalculable, porque trae la salvación. Sin embargo, así como se humilló hasta la muerte, también quiso que este tesoro se lleve en vasos de barro.

Los vasos de barro somos los creyentes que lo anunciamos, sabiendo que no somos los dueños del mensaje ni la sabiduría. Sólo somos sus siervos, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros.

Después de la Cruz vendrá la Resurrección

Inmediatamente Pablo nos enuncia lo que padece el que anuncia. Nosotros sufriremos tribulación, porque el mundo nos combatirá para que desmayemos y renunciemos al camino de Dios. Pero no debemos estar angustiados nos dice la Palabra.

La angustia es lo que padece el que no ve luz al final del camino, sino tinieblas. La angustia empequeñece el corazón y nos hace inoperantes.

No actúa así la Palabra en el que vive para ella, sino que nos da la fortaleza para soportar todo. Nos van a perseguir, pero no estaremos desamparados. Nos van a derribar, pero no nos destruirán. Llevaremos en el cuerpo la muerte de Jesús, pero de igual manera se manifestará en nosotros la Vida.

¿Cuál es la finalidad de todo esto?, ¿por qué es necesario el sufrimiento del que predica? Para que nos configuremos totalmente con el Salvador, y participemos también de la Vida Eterna.

Debemos tener el mismo espíritu de fe, la misma unión con Dios mediante su Palabra. El que resucitó al Señor Jesús, también nos resucitará a nosotros y nos presentará junto con los hermanos a los que predicamos.

“Porque todas estas cosas padecemos por amor a vosotros, para que abundando la gracia por medio de muchos, la acción de gracias sobreabunde para gloria de Dios.” (II Corintios 4, 15)

Cuando sintamos que caemos, que nos cuesta el anuncio, releamos este pasaje. Desaparecerá el desasosiego y la tristeza cuando saboreemos la gracia de padecer por amor a los hermanos. Esto nos hace más parecidos a Cristo, que se inmoló en la cruz por nuestros pecados, por amor a nuestra salvación.

El hombre exterior se irá gastando. El cuerpo, lo material, se consume. Pero el hombre interior se renovará cada día, en la medida en que lo alimentemos con la Palabra de Vida.

¿Qué vale más? ¿Salvar un cuerpo material o un alma inmortal? Por supuesto que tenemos que entregarnos como libación para que la gloria finalmente se manifieste en nosotros.

No tenemos que cuidar las cosas que se ven, sino las que no se ven. Porque si por amor a los hermanos me desgasto cada día, me entrego, soportando la tribulación del mundo, lograré lo más valioso. Que cada día gane un cada vez más excelente y eterno peso de gloria.

Conclusión

Si vamos a predicar, el centro debe ser Cristo siempre. No nosotros, aunque seamos un testimonio de la obra de Dios en los hombres. Puede servir para algún hermano que recién comienza a caminar en la fe, pero no debe ser el centro.

Lo más importante, la Palabra de salvación, la llevamos en frágiles vasos de barro. Consideremos esto, para no envanecernos al predicar.

Y si sufrimos, considerémonos dichosos. Porque después de la Cruz, viene la Resurrección. Y será todo para que la gloria del Señor se manifieste con poder ante el mundo.

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