Nuestra salud está en manos de Dios

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“Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma.” (III Juan 1, 2)

Para poder desenvolvernos cotidianamente, siempre afirmamos que lo más necesario es tener salud. Decimos que teniendo salud, todo lo demás es superfluo.

Y esto tiene su verdad, ya que la salud es lo que nos permite en el día a día cumplir con nuestros proyectos, anhelos, conseguir el sustento.

Sin embargo, debemos meditar en oración qué haríamos si no tuviéramos salud. Es desgraciadamente, la situación de muchos de los hermanos, que se ven impedidos o sufren mucho a causa de la enfermedad.

Si tuviéramos salud, o si nos faltase, deberíamos hacer lo que nos dice la Palabra. Pedir todos los días a Dios que nos la conserve, o que nos la de. Porque en sus manos está nuestra vida entera.

Y no debemos olvidar a los que nos rodean. La salud debe pedirse y es una obra de misericordia elevar a Dios una oración por la salud de un ser querido.

Si alguna vez padecemos la enfermedad, debemos saber que Dios saca de los males un bien mayor. Quizás sea una ocasión para practicar la paciencia, o la abnegación. Quizás nos dé una lección de humildad, o la oportunidad de crecer en la confianza en Dios.

Jesús pasó su vida en la tierra, su vida pública, haciendo numerosos milagros. Muchos de ellos relacionados con la sanación. Porque la enfermedad es una de las consecuencias del pecado original, y Cristo vino a borrar el pecado del mundo. Él es la sanación, tanto corporal como espiritual que estamos necesitando.

El apóstol Juan, cuando escribe su carta, pide para su destinatario la salud del cuerpo, así como tiene salud en el alma. Esto es porque el alma también tiene enfermedades, los vicios. Ellos atacan nuestro espíritu y lo debilitan, dejándonos vulnerables al pecado.

El Señor vino a limpiarnos de toda enfermedad, del cuerpo y del alma. A Él debemos orar con fervor, buscando el consuelo de su Palabra, para que nos otorgue la salud y nos permita usarla en su servicio.

“¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.” (I Corintios 6, 7)

Si tenemos salud, es para glorificar a Dios con nuestras acciones. Si no la tenemos, es para reconocer nuestra debilidad y recurrir a Él. Cuando somos sanados, debemos glorificarlo por su bondad.

Todo nuestro ser pertenece al Señor. Porque nos compró con el sacrificio de su Hijo. Nos pagó con la sangre de Cristo. Por eso ya no nos pertenecemos a nosotros mismos, sino que somos totalmente de Dios, en cuerpo y alma.

Si esto es así, tanto en salud como en enfermedad, del Señor somos. Si tenemos salud, debemos aprovecharlo para el bien de los hermanos, entregando nuestra vida a su servicio.

¡Cuántas veces nos excusamos que no tenemos los medios para ayudar al prójimo! Si tenemos salud, tenemos lo más importante, porque podemos ayudar al que no la tiene. Muchos hermanos privados de la vista, necesitan de alguien que los acompañe. Solamente con tener salud en los ojos, podemos ayudar al que no la tiene. Y seríamos como un bálsamo para sus vidas y nosotros estaríamos glorificando a Dios con nuestra salud.

Muchos hermanos están tullidos o imposibilitados de moverse por la enfermedad. Y nosotros caminamos, nos movemos con libertad, nos paramos en nuestros propios pies. Podemos ayudarlos de mil maneras, y nosotros de esta forma agradecer a Dios el regalo de la salud.

Si el caso fuera al revés, y nosotros somos los que padecemos la enfermedad, pidamos con fervor la salud a Dios. Pero también estemos atentos a que nuestra salud espiritual esté fuerte. Con la enfermedad, podemos tener la tentación de despotricar contra Dios. De recriminarle, “¿por qué a mí?”.

Y en realidad, el “por qué a mí”, no nos ayuda a crecer. En lugar de esa pregunta, deberíamos hacernos la siguiente: “¿para qué a mí?”. Sería distinto el enfoque, porque estaríamos preguntándonos la finalidad de nuestro estado. Estaríamos preguntándonos si esa enfermedad no es una oportunidad de crecer espiritualmente.

“Al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos.” (Mateo 9, 12)

Estas palabras de Cristo deben darnos consuelo. Porque en ellas vemos que Jesús vino por los necesitados, vino a dar la salud y acompañar a los enfermos del cuerpo y del alma. Entonces, cuando estamos enfermos, somos especial objeto de la misericordia de Dios.

Conclusión

Somos completamente del Señor, en salud y enfermedad. Debemos glorificarlo en todo momento y darle gracias. Si tenemos salud, es para aprovecharla en el servicio a los hermanos. Si nos falta, es para orar con más fervor y crecer espiritualmente. Cristo vino por los necesitados, vino por nosotros a brindarnos su misericordia.