Texto bíblico: “En cuanto a las mujeres, quiero que ellas se vistan decorosamente, con modestia y recato, sin peinados ostentosos, ni oro, ni perlas ni vestidos costosos. Que se adornen más bien con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan servir a Dios” (I Timoteo 2:9-10)
Introducción
A Dios no le agrada que vivamos pensando en lo exterior. Si dedicamos nuestra vida a la vanidad, corremos el riesgo de descuidar lo espiritual. Por eso, antes que ocuparnos de adornos, debemos preocuparnos de hacer la obra de Dios. Ella es la que nos embellece ante Él, y ante los hombres de buena voluntad.
- Dios no quiere la vanidad (vers. 9)
- Este texto que leemos, hoy en día también hay que aplicarlo a los varones. Porque todos estamos tentados de comportarnos con vanidad. La vanidad no es querida por Dios, porque nos vuelca hacia el exterior y no nos deja pensar en lo interior. Si estamos ocupados con el vestido, el maquillaje, los adornos, perdemos tiempo de estar con Dios y meditar en su Palabra (vers. 9)
- Dios no mira la apariencia de los hombres y las mujeres. Porque Él conoce los corazones, sabe de qué estamos hechos y lo fugaz que es nuestra vida. Si queremos ser imitadores de Cristo, también debemos juzgar como Él, que no menospreció a tullidos ni deformes. Del mismo modo, nuestra forma de mirar al prójimo debe ser espiritual y no terrenal, atendiendo al adorno del alma que son las virtudes (I Samuel 16:7)
- El creyente sabe que si se ocupa mucho de lo terrenal, pierde fuerzas para el combate espiritual. Es como dejar un frente de batalla abierto, mientras nos dedicamos a lo que es pasajero. Podemos perder algo muy valioso por estar ocupados en lo que no tiene valor. ¡Dejemos de lado las vanidades, y busquemos lo que nos brinda la vida eterna! (I Pedro 3:3-4)
- La belleza del cuerpo y el rostro no dura para siempre. Pero la belleza del alma es lo que debemos cultivar para recibir sus frutos en la vida eterna. Es corta la vida del hombre para estar preocupándonos por lo exterior y descuidando lo más importante que tenemos, nuestra salvación. Si nos pusieran delante la opción entre la vida eterna y una vida mortal malgastada en lo que inexorablemente se corrompe, ¿qué elegiríamos? (Proverbios 31:30)
- Las buenas obras son el mejor adorno para el creyente (I Timoteo 2:10)
- Lo que realmente embellece al hombre y la mujer es una conciencia tranquila. Lo notamos en la mirada de la persona que está en paz con Dios y consigo misma. Es muy diferente a la mirada vacía del que está volcado hacia lo exterior solamente. Por esto debemos hacer la obra de Dios sin cesar, para tener la paz que realmente nos hace hermosos ante Dios (vers. 10)
- Si vivimos en la presencia de Dios y nos convertimos hacia Él, seremos renovados interiormente. De esta manera, nuestro cuerpo que está sujeto a la corrupción en esta vida, alojará al hombre nuevo que renace cada día por el Espíritu Santo. A esto debemos tender, a poder ser cada día nuevas personas. Porque el nacer del agua y del Espíritu es lo que nos dará la verdadera belleza eterna que ansía nuestro corazón (2 Corintios 4:16)
- Vivir principalmente abocados al crecimiento espiritual no significa que dejemos de admirar la obra de Dios en nuestro ser. Tenemos que reconocer que somos una creación perfecta y dar gracias continuamente a Dios por ello. No por la mera belleza, sino porque somos seres racionales con la capacidad de conocer y amar a Dios. Fuimos hechos a su imagen y semejanza, por lo que tenemos que admirar la belleza de Dios en la creación del hombre (Salmo 139:13-14)
Conclusión
La belleza que debemos buscar es la belleza espiritual. A esta belleza se refieren las Escrituras cuando alaban a la esposa, o sea al pueblo de Israel y todos los creyentes representados en ellos. Cuando se habla de adornos, atavíos, etc., se refiere a las buenas obras del cristiano que deben adornar su alma (Cantares 4:7)
La vida espiritual tiene más valor que la vanidad del cuerpo. Porque incluso lo más necesario, como la comida y el vestido, son superfluos si lo comparamos con la salvación de nuestra alma. Por esto es que en el Evangelio se nos insiste en que no nos preocupemos por esto, sino que nos abandonemos a la providencia de Dios (Mateo 6:25)
Tengamos la certeza de que si centramos nuestro pensamiento en Dios y en su Palabra, alcanzaremos la finalidad para la que fuimos creados. La vida eterna junto a Dios debe ser nuestra única preocupación, porque sólo Él permanece para siempre (Isaías 40:8).