“En todas partes el NT [Nuevo Testamento] ve un gran conflicto entre las fuerzas de Dios y el bien, por una parte, y las del mal, al mando de Satanás, por otra. Este no es el concepto de uno u otro de los escritores aisladamente, sino compartido por todos. […] El testimonio del NT, por lo tanto, es claro. Satanás constituye una realidad maligna, siempre hostil a Dios y al pueblo de Dios.” Hay por lo menos tres puntos de vista sobre la existencia de los diablos. El primero niega su existencia. Entre los cristianos se basa frecuentemente en el supuesto de que sólo lo que tiene importancia para el «hombre moderno» puede constituir una verdad teológica. Los diablos no son importantes, por lo cual no encuentran sitio entre las afirmaciones teológicas válidas. La fascinación que ejerce lo demoníaco en el «hombre moderno» basta para descalificar esta concepción. La segunda concepción adopta una actitud más modesta y «agnóstica» por lo que se refiere a la existencia de los diablos como inteligencias. Algunos exegetas, por ejemplo, afirman que los diablos representan una realidad objetiva y que no son puros productos de la imaginación. Creen que tal realidad podría ser un espíritu personal. Sin embargo, las más de las veces estiman que los diablos simbolizan aquellos elementos personales que alejan al hombre de Dios. El tercer punto de vista sostiene que es una creencia cristiana tradicional que existe el diablo y los diablos. Son espíritus alejados de Dios y enemigos del hombre; son principados y potestades perversas preterhumanas, que existen y obran en el mundo.
El famoso teólogo Karl Rahner afirma que no se puede discutir la existencia de los ángeles (y de los diablos), dadas las declaraciones conciliares, y considera que se encuentra afirmada en la Escritura y no asumida puramente como una hipótesis que hoy podríamos dejar a un lado. Esta posición puede mantenerse sin detrimento de una interpretación más precisa de las afirmaciones bíblicas, las cuales emplean materiales representativos mitológicos e históricamente condicionados, que no están simplemente incluidos en el contenido que proponen.
Si así fuera, entonces, de las cosas que se manifiestan en la Creación, unas serían obra de Dios y otras obra del diablo. Esto, en el caso que las creaciones de Dios y del diablo pudiesen manifestarse juntas. Si así fuera, entonces, ¿Cómo podríamos distinguir a las unas de las otras? Una parte del mundo podría pensar que la otra parte es obra del diablo, mientras que la otra parte podría pensar todo lo contrario. ¿Cuál de las dos partes tendría razón? ¿Acaso cada parte no creería que ella es la obra de aquello que llaman Dios? Entonces, ¿Una tendría razón y la otra se equivocaría? ¿Las dos tendrían razón? o ¿Las dos se equivocarían? Todo esto en el caso de que las obras de Dios y del diablo pudiesen manifestarse conjuntamente; pero si no fuese así, y las obras de Dios y del diablo no pudiesen manifestarse juntas en virtud de su supuesta contrariedad; Si nosotros fuésemos obra de Dios, ¿Cómo podríamos percibir las obras del diablo si permanecen ocultas a nuestra percepción? Y si en realidad fuésemos obra del diablo, ¿Acaso no llamaríamos Dios al diablo y diablo a Dios?.
Y si así fuese, ¿Qué distinguiría ante nuestros ojos a Dios del diablo? Por otra parte, si tal como algunos dicen, el diablo es una obra de Dios que se reveló contra Él, ¿Cómo pudo éste hacerse tan poderoso como su Creador? ¿Puede alguien crear algo que sea superior a él mismo? ¿Puede llegar un río más arriba de su propia fuente? ¿Pudo ser Dios, al que se denomina Todopoderoso, tan descuidado como para que una de sus creaciones escapara a su control? Y más allá de todo esto, si en el principio de los tiempos no hubiese existido eterna y únicamente Dios, sino que también hubiese existido el diablo junto a Él, ¿Acaso no nos lleva esto, razonablemente, a la necesidad de la existencia de un tercero? Si en el principio de los principios no existía sólo Uno sino que en realidad habían dos, de esto debe deducirse que ambos estaban separados, y estando separados, cada uno debía tener un principio o un límite que lo distinguiese y lo separase del otro. Y si cada uno tenía un principio, debía tener también un final. Y si ambos tenían principio y final es porque ambos estaban limitados y contenidos en un tercero superior, porque, ¿Se puede estar contenido en la nada? Y si en realidad hubiese habido, en el principio de los principios, un tercero superior capaz de albergar dentro de sí mismo a Dios y al diablo, ¿Serían dios y el diablo omnipotentes o, siquiera tan poderosos como se les supone? ¿Acaso no sería ese al que hemos denominado el tercero, el más poderoso, ya que albergaba dentro de sí mismo a los dos anteriores? ¿Acaso no sería ese tercero el Realmente Omnipotente? ¿Acaso no sería ese al que hemos denominado el tercero, la Causa de las causas, el no creado y el que no debe su existencia ni a Dios ni al diablo sino a Sí mismo? Y si esto fuese realmente así, ¿Acaso ese al que hemos denominado el tercero, no sería en realidad el Primero?. ¿No sería ese el Verdadero y Único Dios? Resulta curiosa la idea del diablo como algo separado de Dios, porque como dice el refrán: “No hay dos sin tres”; Aunque en ocasiones lo que pueda parecer el tres, sea, en realidad, el UNO.