Cuando un ser querido se nos va para siempre de este mundo nos llenamos de tristeza y desesperación, nada nos importa en ese momento, sentimos como la vida se nos derrumba y pensamos que nunca nos vamos a recuperar.
Si es por muerte natural siempre decimos la frase que nunca pasa de moda: ¡Dios mío! ¿Por qué te lo llevaste?, pero en lugar de decir esas palabras les invito a decir estas:
¿Para qué te lo llevaste?
No digamos ¿por qué te lo llevaste? Porque estaríamos cuestionando la voluntad de nuestro señor.
Digamos ¿Para qué te lo llevaste? Porque estaríamos respetando su voluntad sin echar la culpa a nadie más bien pensando que en un futuro las cosas no iban a resultar tan bien y viendo tanta desdicha y maldad antes los ojos de dios, el prefirió que no sufra y decidió llevárselo.
Un día en una casa humilde vino al mundo un niño, los padres al verlo se llenaron de felicidad y más aún porque era su primer y último hijo, ya que después de tanto haber luchado, pudo quedar la mujer embarazada pero el tiempo había trascurrido, y ya no tenían la edad para concebir otro sino para darle todo el amor y cariño a su único hijo amado.
El tiempo seguía transcurriendo y todo marchaba bien, pero en una tarde Andrés (Sí así decidieron llamarle sus padres) comenzó a sentirse mal y poco a poco, como iba pasando el tiempo su situación empeoraba, sus padres lo habían llevado a todos los doctores posibles pero nadie lo podía curarlo hasta que en un día un doctor le dice a la mama del pequeño:
“Ya no podemos hacer nada, es mejor que se lo lleva a casa para que no siga sufriendo”.
La señora consternada por la noticia y con lágrimas en los ojos le dice al doctor: no lo puede dejarlo morir, es mi único hijo y no lo pienso perder, por favor ¡ayúdeme!
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