De sombrerera a la influencia individual más importante de la historia de la moda, su genio consistió en adivinar lo que sería la mujer del siglo XX y ofrecerle una vestimenta adecuado, cómodo y sencillo. “Trabajaba para una sociedad nueva. Hasta el momento habíamos vestido a mujeres inútiles, a partir de ahora tenía una clientela de mujeres activas; una mujer activa necesita sentirse cómoda dentro de su vestido”, decía.
Prendas de punto que hicieron nacer el sportswear femenino; simples tailleurs que ejemplificaron la incorporación de las mujeres al ámbito laboral, uniformándolas; la reivindicación del pantalón femenino; su petite robe noire destinada a simplificar la vida de las mujeres. Con su estilo Chanel, las convenció de que, en cuestión de elegancia, menos sigue siendo más.
Ella uniformó a las mujeres con sus creaciones: su traje sastre, de uniforme del colegio pasó a ser uniforme de las mujeres trabajadoras; y el vestido negro, otro; puso de moda broncearse al sol, obligando a las distinguidas damas de blanca piel a ponerse tan morenas como campesinas y vendedoras ambulantes. Subliminal manera de reivindicar sus orígenes. Icono en vida, cuando decidió cortarse el pelo, muchas mujeres la imitaron.
Una de las muchas características que hacen a Chanel una empresaria fuera de lo común es que, en primer lugar, fue una mujer que fundó un imperio que todavía hoy perdura, convirtiéndose en una de las primeras empresarias del siglo XX. En segundo lugar, fue tanto una creadora como una eficaz gestora de su propia marca.
Como creadora, ejerció una venganza explícita hacia una clase a la que ella no pertenecía, y que, sin embargo, fue su mejor cliente. Su estilo escondía una gran revolución: sus creaciones nacían de conceptos que no tenían nada que ver con el pasado, tomando como inspiración algo tan ajeno a la moda como las ropas de trabajo masculinas, que permitía libertad de movimientos, imponiendo una ropa de faena a una clase de mujeres que hasta entonces nunca había trabajado.
Como empresaria se vengó de esa sociedad que la admiraba: los ricos pagaban caro por sus vestidos, y algunos aristócratas incluso trabajaron para ella. Fue el triunfo de una campesina frente a la alta sociedad. Chanel fue seguramente víctima de un gran complejo de inferioridad, debido a lo que su vida escondía (unos orígenes humildes, su paso por el orfanato y una juventud poco ortodoxa).
Retirada de la moda en 1939, decidió volver a ella en 1954, con 71 años, para triunfar de nuevo después de que el mundo la hubiese olvidado. Un caso único todavía hoy. Si Chanel triunfó en su regreso fue por su inteligencia como vendedora. El éxito vino desde EEUU, cuando los compradores de los grandes almacenes descubrieron que su estilo era perfecto para ser confeccionado en serie.
Siempre exigente (“Nunca estoy contenta conmigo misma, ¿por qué habría de estarlo con los demás?”), se convirtió en una anciana cruel, incluso con ella misma. “He sido una niña rebelde, he sido una enamorada rebelde, una modista rebelde, un auténtico diablo. Está claro que el orgullo es la clave de mi mal carácter, de mi independencia de gitana, de mi insociabilidad; también es el secreto de mi fuerza y de mi éxito”. Lo había conseguido todo en la vida, menos una cosa: un hombre a su lado. El precio de su independencia fue la soledad.
Chanel, genio y figura hasta el final.