Pablo Picasso nació el 25 de octubre de 1881 en Málaga, en aquel momento una ciudad decadente, nostálgica de la prosperidad de la que había disfrutado a mediados de siglo. Entonces había podido contarse entre las capitales más emprendedoras y modernas de España, pero la plaga de la filoxera cambió el panorama: entre 1878 y 1884, acabó con los viñedos de la provincia, y la crisis del sector agrícola, que era la base primordial de la economía malagueña, afectó a propietarios, comerciantes y trabajadores. El empobrecimiento general fue causa de graves tensiones sociales y políticas. Por si fuera poco, Málaga también fue víctima en esos años de terremotos, inundaciones y epidemias.

Antonio Cánovas del Castillo (1828-1897). Retrato de Ricardo Madrazo

La España de la Restauración
Tras unos años especialmente convulsos en la política española, un pronunciamiento militar, en diciembre de 1874, restableció la monarquía en la persona de Alfonso XII. La Constitución de 1876, inusitadamente, sería la más duradera de nuestra Historia, siendo la estabilidad la mayor conquista del régimen de la Restauración (1874-1931). El malagueño Antonio Cánovas del Castillo, jefe del Partido Conservador, fue su verdadero artífice, con el patrocinio del rey y la complicidad de Sagasta, cabeza del Partido Liberal, con quien pactó la alternancia pacífica en el gobierno. Este pacto condujo, sin embargo, a una mecánica perversa, sobre todo a partir de la aprobación del sufragio universal masculino en 1890: la manipulación electoral, el clientelismo, la corrupción y el caciquismo.
La Restauración afianzó el viejo orden social: la alta burguesía y la nobleza se aliaron, la Iglesia legitimó al nuevo Estado liberal y al capitalismo –frente a la amenaza revolucionaria del proletariado- a cambio de influencia doctrinal y otros privilegios, el ejército se ocuparía del mantenimiento del orden público y la defensa del centralismo y la corona. La pequeña burguesía provinciana, conservadora y mediocre, también quedó satisfecha, mientras que la mayoría del pueblo asistía con indiferencia a los nuevos acontecimientos políticos, cansada del agitado Sexenio revolucionario. Tiempo después, en las ciudades que más habían crecido y en las regiones más afectadas por la industrialización, resurgiría la conflictividad social; la UGT, fundada en 1888, alcanzó cierta implantación en Madrid, Vizcaya y Asturias, mientras que el anarquismo se desarrolló en Andalucía, Cataluña, Zaragoza y Valencia.
La pérdida, en 1898, de Cuba, Filipinas y Puerto Rico, últimos restos del Imperio colonial español, puso en crisis al sistema, desmintiendo dramáticamente su imagen oficial. Muchos intelectuales se entregarían a reflexionar sobre la decadencia de España, al tiempo que la pequeña burguesía y el proletariado irrumpirían en la escena política.
Cortina del Muelle

Málaga: su evolución económica durante el siglo XIX

Málaga fue una de las ciudades litorales que, en la segunda mitad del siglo XVIII, gracias a las ventajas del transporte marítimo y a la liberalización del comercio con América, vio surgir una burguesía que preparó el despegue económico de la siguiente centuria. La capital recibió una avalancha de comerciantes extranjeros que acabaron por asentarse en ella, y cuyos descendientes aún pueden reconocerse en los apellidos Mandly, Temboury, Bolín, Gross, Pries, Loring, Huelin, Grund, Raggio... También llegaron inmigrantes del interior de la península (destacando los riojanos, como los Heredia y los Larios), que fomentaron una variada actividad económica allí donde se instalaron. La base de esta prosperidad radicaba en la exportación de los productos agrícolas de la provincia, fundamentalmente vinos y pasas. Tal fue el volumen de su tráfico comercial, que en los años finales del siglo se convirtió en el segundo puerto en importancia después de Barcelona. De esta época, datan asimismo las primeras reformas urbanísticas encaminadas a la modernización y saneamiento de la ciudad.

El siglo XIX, sin embargo, se inauguró en desastrosas circunstancias que provocaron un caos económico y humano: virulentas epidemias, granizadas y terremotos, la invasión francesa y la Guerra de la Independencia. Pero fue en este escenario en el que un emprendedor como Manuel Agustín Heredia (oriundo de Logroño) inició su fortuna, gracias al contrabando con Gibraltar, comerciando con barcos neutrales y abasteciendo a las guerrillas.

En el segundo tercio del siglo, la actividad económica se recupera. Parte de la nueva burguesía pudo gozar de una extraordinaria acumulación de capital gracias, sobre todo, a una abusiva relación comercial con los cosecheros minifundistas de la vid, a quienes se les imponían precios y préstamos usureros. Ello les permitió el desarrollo de proyectos industriales que dieron un carácter distintivo a Málaga: siderurgias y manufacturas textiles y artesanales. Fue precisamente Heredia el pionero de tales empresas, con la fabricación de azúcar, primero, y sobre todo con la creación de las ferrerías “La Concepción” (Marbella, 1826) y “La Constancia” (Málaga, 1833), que podía ser considerada una de las más modernas del mundo. Explotaban las minas de hierro de Ojén y Marbella, pero la hulla que consumían los hornos se traía desde Inglaterra al puerto de Málaga (desde donde el barco volvía con productos de exportación). El éxito de esta industria se vio favorecido por la guerra carlista, que paralizó los altos hornos vizcaínos. En 1841, Juan Giró abrió la ferrería “El Ángel”.
Fabricas en Malaga

A pesar del costo que suponía la importación del combustible, la siderurgia malagueña mantuvo su primacía en España hasta 1861-1865. Otras iniciativas industriales nacieron en Málaga y su provincia: textiles, de jabones, químicas, de abanicos, de litografías… Especialmente importante fue la “Industria Malagueña”, empresa textil fundada por los hijos de Heredia y por Pablo y Martín Larios. Aunque toda la materia prima procedía de Inglaterra, la eficiencia de sus instalaciones le hizo alcanzar un volumen de ventas que, en los años 60, convirtió a Málaga en la segunda ciudad algodonera de España, detrás de Barcelona. Otro de los hermanos Larios, Carlos, levantaría en 1856 otra fábrica de tejidos, “La Aurora”.

Otros hitos en este panorama fueron la creación a mediados de siglo del Banco de Málaga y la construcción, por Jorge Loring, de la línea de ferrocarril Córdoba-Málaga en 1859-1865. Desgraciadamente, este proyecto, financiado principalmente por malagueños, fue un mecanismo de descapitalización de los mismos, pues su explotación resultó ser poco rentable; en 1879, se traspasó a la Sociedad de los Ferrocarriles Andaluces, controlada por capitales extranjeros.

La economía malagueña entró en crisis en los últimos decenios del siglo. Desde 1867, la siderurgia fue perdiendo competitividad frente a la del Norte de España, hasta el punto de verse abocadas al cierre las ferrerías "La Concepción" (en 1884) y "La Constancia" (en 1890). Sin embargo, lo peor estribaba en la situación agrícola: la base del comercio en Málaga era la vid, culitvada por labradores minifundistas de la provincia (fundamentalmente en la Axarquía), que producían pasas y vinos famosos. Pero a una serie de deficiencias estructurales (ausencia de capital, altos impuestos, falta de canales de riego, malas vías de comunicación, precios elevados en el transporte...) se unieron unas malas cosechas y la competencia de la pasa californiana, que se disputaba el mercado americano y acabó derrumbando las exportaciones. La ruina definitiva vino de la mano de la plaga de la filoxera: iniciada en Francia, su llegada a Málaga se declaró oficialmente en 1878, y hacia 1885 casi todos los viñedos de la provincia habían sucumbido. Los pequeños agricultores, incapaces de superar la tragedia, vieron embargadas sus fincas, despoblaron los campos y emigraron a la ciudad, a otras provincias o al extranjero.

El 25 de diciembre de 1884, un terrible terremoto afectó a numerosas localidades de Málaga y Granada, arruinando casas y cultivos y provocando alrededor de unas 800 víctimas mortales. En 1885, la última epidemia de cólera del siglo produjo 1.700 muertos en la provincia de Málaga. En este mismo año de 1885, también se derrumbó la industria de la caña de azúcar, la más importante de España, debido a las heladas, a la introducción del cultivo de la remolacha y a una reforma arancelaria que permitió la importación de azúcar desde Puerto Rico y Cuba. Así pues, la economía local se hundió en todos los sectores, alcanzando finalmente a la industria textil (una buena parte de su mercado era el rural, deprimido por la crisis de la filoxera), logrando sobrevivir sus factorías hasta principios del siglo XX.
Plaza de la Constitucion

La ciudad

Para los visitantes que llegaban desde el mar, Málaga ofrecía una hermosa vista, pero ciertamente había que reconocer la escasa belleza monumental de la ciudad, aunque en compensación se ponderaba la benignidad del clima.
El primitivo núcleo urbano era de características árabes; a finales del siglo XVIII se derribaron las murallas, se empezaron a ganar terrenos al mar y se abrió el Paseo de la Alameda. Durante la siguiente centuria, el centro se transformó radicalmente, pues desapareció su carácter conventual, como consecuencia de la Desamortización, y se construyeron nuevas viviendas para la clase media. Sin embargo, mantuvo en líneas generales su raíz hispanomusulmana, con un trazado irregular, de calles estrechas, tortuosas y mal empedradas. Los ejes principales de la ciudad eran la Alameda, la calle Granada -que unía la Plaza Mayor o de la Constitución con la de la Merced- y las Atarazanas del puerto, núcleo de intensa actividad comercial. A finales de siglo, la nueva vía vertebradora del centro fue la calle Larios, que comunicó la Plaza de la Constitución con la Alameda. Promovida por el Ayuntamiento a partir de 1880, y construida por la familia Larios entre 1887 y 1891, aportó un saneamiento imprescindible en una zona antes envejecida y mísera, foco de recurrentes epidemias.
Por el oeste, fue traspasado el límite del río Guadalmedina, al instalarse centros fabriles y una extensa población obrera en los barrios del Perchel y la Trinidad. Al este, se abría el Paseo de Reding, zona a la cual se había trasladado la antigua aristocracia, y más allá la Caleta y el Limonar, donde se asentaron las mansiones de recreo de las familias adineradas.
Cenachero

La sociedad malagueña

A lo largo del siglo XIX, Málaga registró, con altibajos, un aumento de población, gracias a la inmigración atraída por su auge económico, pasando de 57.500 habitantes a finales del XVIII a 130.119 en 1900. El puerto, con su tráfico constante, confería una especial animación a la capital, que con la presencia de comerciantes y viajeros foráneos hacia gala de un cosmopolitismo que la distinguía del resto de Andalucía. La burguesía dirigente vivía en la Alameda y zonas cercanas al puerto, en magníficas mansiones que asombraban a los visitantes extranjeros. Su paseo público, adornado con árboles, estatuas, fuentes y bancos, e iluminado desde mediados de siglo, era el escenario social y de ocio por excelencia. Otros lugares para el paseo eran la Cortina del Muelle, la Plaza de la Constitución y la Plaza de la Merced.

La citada “oligarquía de la Alameda”, constituida por el reducido pero poderoso grupo de comerciantes e industriales que controlaba todos los sectores de la ciudad, marcó sus pautas de vida, un pensamiento político y un sistema de valores inmovilistas. En la escala social, le seguía una amplia clase media, formada por profesionales liberales, funcionarios, empleados públicos y pequeños propietarios industriales. En ella, podía distinguirse tanto un sector políticamente progresista, que militó en el reformismo y el republicanismo, como una burguesía intermedia de carácter conservador, que si por arriba podía aproximarse a las formas de vida de la clase alta, en sus estratos más bajos (maestros, periodistas, funcionarios) solía llevar una vida de estrecheces económicas, abocada a la simulación externa y constante para diferenciarse del proletariado. De ideología conservadora, reaccionaria y moralizante, con escasa renta y status social, aspiraba a las formas de vida de las capas superiores: era la clase del “quiero y no puedo”.

La familia de Picasso podría encuadrarse en esta categoría. Las viviendas de esta clase social se situaban, precisamente, en inmuebles de alquiler del centro, siendo su localización más típica el “barrio del chupa y tira” (entre la calle de la Victoria y el Camino Nuevo), así llamado coloquial y satíricamente en referencia a la forma en que se comen las almejas, producto barato que sus habitantes podían permitirse consumir casi a diario. Generalmente, en sus casas contrastaba el salón, que era la mejor habitación, reservada para recibir a las visitas, con la pobreza del resto de las dependencias familiares, en un ejemplo más de la diferencia entre la parte pública y privada en que vivía esta clase.

La mayoría de la población malagueña estaba constituida por trabajadores, cuyas filas se nutrían de emigrantes entre los que abundaba el campesinado pobre, mayoritariamente jornalero. Sus viviendas más típicas eran los “corrales de vecinos”, aunque también era común habitar pequeñas casas de alquiler en torno a los centros fabriles. Sus condiciones de vida eran miserables: percibían muy bajos salarios, eran sometidos a jornadas de trabajo agotadoras, incluso las mujeres y los niños, y sufrían el hacinamiento, la falta de higiene y el analfabetismo. La mendicidad y un alto grado de delincuencia eran los aspectos más extremos de su situación. Se dio lugar así a un doloroso contraste entre la riqueza ostentosa y una terrible pobreza.

Por estas circunstancias, que eran generalizables al resto del mundo industrializado, el siglo XIX fue una época de revueltas y revoluciones, reprimidas contundentemente desde el poder. En Málaga, de forma similar a otros lugares de España, el levantamiento más violento coincidió con la Revolución de septiembre de 1868: los colonos se repartieron fincas, los obreros asaltaron edificios públicos y privados (entre ellos la casa de Martín Larios), muchos potentados tuvieron que huir. 64 muertos y 115 heridos fueron el coste de la restauración del orden, lo que no fue obstáculo para que prosiguieran su actividad las organizaciones proletarias. Tanto en la ciudad como en la provincia, alcanzó gran importancia el anarquismo, que es arrinconado a partir de 1890 por el movimiento socialista; asimismo, existieron otras asociaciones destacables como la Coalición Republicana, los Círculos Católicos o los masones.

Con la crisis de final de siglo, el desempleo hizo presa en el proletariado, se acentuaron enormemente los problemas sociales, se conoció el hambre y muchos campesinos arruinados se vieron abocados a la emigración. Las organizaciones obreras protagonizaron una fuerte conflictividad social, manteniendo con éxito frecuentes huelgas y manifestaciones.

Pero un panorama de la sociedad malagueña quedaría incompleto si no habláramos de su ocio y su cultura. En clave de costumbres, en la clase media las mujeres estaban férreamente constreñidas al ámbito doméstico, mientras que los hombres pasaban la mayor parte del tiempo fuera del hogar, en el trabajo, el café, el círculo de amigos o las casas de tratos. Eran muy típicas de este grupo social las “tertulias de confianza”, reuniones que en los atardeceres invernales se celebraban en una casa con muchachas en espera de un pretendiente. El entretenimiento podía consistir en la interpretación de una pieza musical por una de estas niñas, en el recitado de algún poeta invitado, en juegos diversos o en la simple conversación y chismorreo.

Otra de sus diversiones cotidianas eran los paseos por la Cortina del Muelle, la Farola, la Alameda o la Plaza de la Merced. Eran espacios urbanos compartidos por todos los estratos sociales, testigos de fiestas y acontecimientos multitudinarios. También se hacían esporádicas excursiones campestres a las fincas cercanas. Los baños de mar fueron propios de la pequeña y mediana burguesía: ni los más ricos frecuentaban las playas malagueñas ni los obreros habían adquirido esa costumbre.

Cafés y tabernas eran los establecimientos públicos más concurridos. En cuanto a espectáculos, los más exitoso eran las corridas de toros; el teatro carecía de edificios adecuados y de afición, hasta el último tercio del siglo: en 1872 se construyó el Teatro Cervantes, cuyo arquitecto fue Jerónimo Cuervo, y cuyo techo fue decorado por Bernardo Ferrándiz y Antonio Muñoz Degrain.

La burguesía elitista se reunía en el Círculo Malagueño y en el Liceo, creado en 1842 en el antiguo convento de San Francisco. Hasta su clausura en los primeros años del siglo XX, todos los malagueños de abolengo pertenecieron a él. Allí se celebraban tertulias, se mantenían escuelas y cátedras y se llevaban a cabo labores de beneficiencia, concursos literarios, efemérides, representaciones teatrales, ópera y conciertos, exposiciones de pintura y manufacturas. Su tono cultural decayó a partir de 1890, haciéndose más recreativo y social. El vestíbulo y algunos de sus salones fueron decorados con cuadros de pintores malagueños.

La prensa vivió un gran auge, sobre todo si consideramos los niveles de analfabetismo de la población: durante todo el siglo, se publicaron 322 títulos (de ellos, 73 diarios). Las cabeceras más duraderas fueron las apoyadas económicamente por la clase dominante, “El Avisador Malagueño” (1843-1886) y “La Unión Mecantil” (1885-1911).

En cuanto a la instrucción pública, la capital contó con un número apreciable de escuelas, una gratuita para huérfanos, algunas privadas y otras sostenidas por la Junta de Comercio. En los niveles superiores de enseñanza, deben citarse el Seminario, la Escuela Profesional de Náutica, el Instituto Provincial de Segunda Enseñanza, las Escuelas Normales Superiores de Maestros y Maestras, la Escuela Superior de Comercio, el Real Conservatorio de Musica de María Cristina y la Sociedad Filarmónica. La Escuela Provincial de Bellas Artes se fundó en 1851, ocupando una parte del Colegio de San Telmo. Dependía de la Academia de BBAA y de la Universidad de Granada. No sólo se impartían las “ artes mayores”, sino también oficios artísticos. Contó con un número considerable de alumnos; en ella enseñaron o aprendieron todos los pintores del XIX malagueños.

Tags:

Deja una respuesta


Ir a la barra de herramientas