El éxito temprano de este libro radica en el hecho de que Seewald ha hecho al Papa las preguntas que usted y yo le hubiésemos hecho: sobre el preservativo, y él nos hablaría de la humanización de la sexualidad; sobre Maciel, y denunciaría a los falsos profetas; de la pederastia, y él nos habla con dolor y repugnancia y la decisión de erradicarlos de entre el clero y del mundo entero. Del sacerdote que secretamente tiene una familia o vive una relación con una mujer, y él exigiría honradez; si existe una voluntad de vínculo matrimonial, que deje el sacerdocio y se case, o, bien, de lo contrario, que deje esa doble vida; y hay que buscar una ayuda para ambos y los hijos, si los hay. Y así temas de alcance planetario que se refieren a la supervivencia misma de la humanidad.
Pero en la voz del periodista, el Papa oye al mundo; es un diálogo: no sólo habla el Papa, el Papa escucha las preguntas del periodista que son las preguntas del mundo: la ecología, las relaciones con las demás religiones, el narcotráfico, el sentido de la historia y el malestar de la cultura. Nada es ex Cáthedra, es una conversación, un abrir el corazón y pensar y profesar la fe en el Dios de Jesucristo y el sentido de la historia.
Tal ha sido el acierto del hábil periodista bávaro, viejo conocido del Papa, a quien ya había hecho otra entrevista-libro siendo Cardenal. Con razón ha escrito Michaela Koller: “Si el Pontificado anterior fue el de los grandes gestos e imágenes, este Pontificado es el de las grandes palabras. Peter Seewald logró sacar a la luz este don de Benedicto con una maraña de preguntas selectas, un entretejido de política, preguntas personales, pastorales y aclaraciones teológicas.
Seewald logra así presentar un diálogo entre el Papa y la sociedad. Seewald pone en juego su amplio conocimiento y formula preguntas de amplitud global. Así el Pontífice se convierte al mismo tiempo en oyente del mundo entero.
El periodista hace preguntas que revelan su sintonía con la postura crítica de Benedicto ante la cultura actual. Al mismo tiempo Seewald, fiel a su profesión de comunicador, hace preguntas que van indagando en temas delicados y realidades que son para el Papa causa de profundo dolor”.
Pero veamos de cerca la respuesta a un problema que nos pertenece, que nos asfixia, aquí y ahora. Seewald le hace una pregunta sobre los signos apocalípticos de nuestro tiempo; le dice: “Al comienzo del tercer milenio los pueblos del mundo experimentan un cambio radical de dimensiones hasta ahora inimaginables, en lo económico, lo ecológico y lo social. Los científicos consideran que la próxima década será decisiva para la subsistencia de este planeta”. Luego le recuerda una frase de él, dicha a los diplomáticos en enero del 2009: «Hoy más que nunca, nuestro porvenir está en juego, al igual que el destino de nuestro planeta y sus habitantes». Le recuerda también: “En Fátima, su prédica adquiere ya un tono casi apocalíptico”: «El hombre ha sido capaz de desencadenar una corriente de muerte y de terror que no logra interrumpir». ¿Ve usted en los signos de los tiempos las señales de una interrupción que cambie el mundo? Responde el Papa:
“Hay, por supuesto, signos que nos estremecen, que nos intranquilizan. Pero también hay otros signos que pueden servirnos de punto de enlace y darnos esperanzas. Ya hemos hablado extensamente sobre el escenario de terror y de amenaza. Yo agregaría todavía algo más, que me quema especialmente en el alma desde las visitas de los obispos.
Muchísimos obispos, sobre todo de América Latina, me dicen que allá, por donde pasa el corredor del cultivo y del tráfico de drogas –y son partes importantes de esos países–, es como si un monstruo malvado hubiese puesto sus manos en el país y corrompiera a los hombres. Creo que esa serpiente del tráfico y consumo de drogas abarca toda la tierra, es un poder que no nos imaginamos como se debe. Destruye a la juventud, destruye a las familias, conduce a la violencia y amenaza el futuro de países enteros”. Sobre esto debemos meditar seriamente, incluso, al momento de iniciar una guerra. Así las cosas, pareciera que toda guerra es inútil si no fortalecemos la vida cristiana del hombre. Ángela Merkel, que ganó con un 94% las elecciones hace una semana, dijo en su discurso: El problema no es que tengamos demasiados musulmanes; el problema es que somos cada vez menos cristianos, hemos perdido la idea cristiana del hombre. Y yo digo: el problema no es narcotráfico, sino que hemos perdido la dimensión cristiana de nuestra vida. Vamos a la deriva, sin rumbo fijo y sin objetivos reales.
Continúa el Papa: “También esto forma parte de las terribles responsabilidades de Occidente: el hecho de que necesita drogas y de que, de ese modo, crea países que tienen que suministrárselas, lo que, al final, los desgasta y destruye. Ha surgido una avidez de felicidad que no puede conformarse con lo existente. Y que entonces huye, por así decirlo, al paraíso del demonio, y destruye a su alrededor a los hombres”. He aquí un diagnóstico insuperable de nuestra realidad. Yo veo un prurito, una ansiedad febril que se ha convertido en necesidad vital, en razón para existir: el antro, el lugar del alcohol, de la droga y la excitación y juego sexual. De ello se ha hecho sistema económico y cultivo de muchos males. De improviso, en cualquier lugar, se abre un patio con mucho ruido, alcohol y muchachos/as, y se satura. Sin esos lugares, tal parece que la vida se torna insoportable. Entonces no faltará quien les otorgue el satisfactor y se genera el círculo vicioso.
Y el Papa añade otro problema silenciado: “A esto se agrega otro problema. No podemos siquiera imaginarnos, dicen los obispos, la destrucción que trae consigo el turismo sexual en nuestra juventud. Se están dando allí procesos extraordinarios de destrucción que han nacido de la arrogancia, del tedio y de la falsa libertad del mundo occidental.
Profundo conocedor del hombre, como su autor favorito, S. Agustín, concluye: “Se ve que el hombre aspira a una alegría infinita, quisiera placer hasta el extremo, quisiera lo infinito. Pero donde no hay Dios, no se le concederá, no puede darse. Entonces, el hombre tiene que crear por sí mismo lo falso, el falso infinito”. Lo que el Papa denuncia es una cultura enferma, una cultura que ha excluido a Dios de todos los ambientes y ha creado el infierno. Sólo así se explican la crueldad, la insensibilidad, el odio a sí mismo y a todo, que están detrás del crimen, del secuestro, del asesinato sádico, del escarnio, que han terminado con ciudades y países desgastándolos y sumiéndolos en la anarquía.
Diagnóstico estremecedor. El Papa, y cualquiera que vea con serenidad nuestra situación, se dará cuenta que formamos una sociedad que ha enloquecido enfebrecida en la búsqueda desperada del placer a toda costa y a cualquier precio. Nosotros vivimos directamente los efectos múltiples del narcotráfico. No podemos llamarnos a engaño. Y las soluciones que hemos implementado han resultado inútiles porque el mal está en nuestro corazón.
Y la solución que le queda al hombre es saber interpretar los signos del tiempo presente y ver el desafío que significan. Ante una cultura que ha puesto en jaque la idea misma de hombre, y en una búsqueda de salvación, dice el Papa en su libro: “Hemos de poner de manifiesto -y vivir también- que la infinitud que el hombre necesita sólo puede provenir de Dios. Que Dios es de primera necesidad para que sea posible resistir las tribulaciones de este tiempo. Que tenemos que movilizar, por así decirlo, todas las fuerzas del alma y del bien a fin de que en contra de esta acuñación falsa se yerga una verdadera, y de ese modo pueda hacerse saltar el circuito del mal y se lo detenga”.
En efecto, si queremos romper el círculo del mal y dejar de girar, como mulas de noria, sobre un mismo eje viciado, el Papa propone la idea motora de su vida personal de fe, el leit motiv de su pontificado: “Se podrían enumerar muchos problemas que existen en la actualidad y que es preciso resolver, pero todos ellos sólo se pueden resolver si se pone a Dios en el centro, si Dios resulta de nuevo visible en el mundo”. Dios no es un enemigo del hombre, de su libertad y su realización; por el contrario, es el único garante de su plenitud, dijo en España.
A este hombre en situación, ¿le queda alguna esperanza? El Papa ha respondido a esta pregunta fundamental sobre el hombre, en su Encíclica Salvados en la Esperanza. En su libro, y ante la pregunta expresa de Seewald: “Y que una sociedad enferma, en la que aumentan sobre todo los problemas psíquicos, anhela hasta con ánimo suplicante sanación y salvación. ¿No habría que reflexionar acerca de si esta nueva orientación puede estar relacionada con el regreso de Cristo?”.
Respuesta. Como usted dice, lo importante es que existe una necesidad de sanación y que, de alguna manera, se puede entender de nuevo lo que significa salvación. Los hombres reconocen que, si Dios está ausente, la existencia se enferma y el hombre no puede subsistir; que necesita una respuesta que él mismo no es capaz de dar. En tal sentido, éste es un tiempo de adviento que ofrece también muchas cosas buenas.
¿Qué significa eso, en concreto?, pregunta el periodista. “Esta conversión supone que se coloque nuevamente a Dios en primer término. Entonces, todo cambia. Y que se pregunte por las palabras de Dios para dejar que ellas iluminen, como realidades, el interior de la propia vida. Por así decirlo, debemos arriesgarnos nuevamente a hacer el experimento con Dios a fin de dejarlo actuar en nuestra sociedad”, responde el Papa.
El Papa no ha escurrido el bulto ante preguntas que reflejan situaciones tristes y dolorosas: –Crisis de los abusos: “Todo esto ha sido para nosotros un shock y a mí sigue conmoviéndome hoy como ayer hasta lo más hondo”.
–Soluciones a los abusos: “Lo importante es, en primer lugar, cuidar de las víctimas y hacer todo lo posible por ayudarles y por estar a su lado con ánimo de contribuir a su sanación; en segundo lugar, evitar lo más que se pueda estos hechos por medio de una correcta selección de los candidatos al sacerdocio; y, en tercer lugar, que los autores de los hechos sean castigados y que se les excluya toda posibilidad de reincidir”.
–Afrontar los abusos: “Lo que nunca debe suceder es escabullirse y pretender no haber visto, dejando así que los autores de los crímenes sigan cometiendo sus acciones. Por tanto, es necesaria la vigilancia de la Iglesia, el castigo para quien ha faltado, y sobre todo la exclusión de todo ulterior acceso a niños”.
No podía faltar el tema. Legionarios de Cristo: “Naturalmente, hay que hacer correcciones, pero en términos generales, es una comunidad sana. Hay en ella muchas personas jóvenes que quieren servir con entusiasmo a la fe. No se debe destruir ese entusiasmo. Muchos de ellos partieron de una figura falsa, pero al final se han visto llamados a adherir a una correcta.
Maciel: “Para mí, Marcial Maciel sigue siendo una figura enigmática. Por una parte, una vida que, como ahora sabemos, se encuentra fuera de la moralidad, una vida de aventuras, disipada, extraviada. Por otra parte, vemos el dinamismo y la fuerza con la que construyó la comunidad de los Legionarios”.
Sacerdotes que cohabitan con una mujer: “El problema fundamental es la honradez. El segundo problema es el respeto por la verdad de esas dos personas y de los niños a fin de encontrar la solución correcta. Y el tercero es: ¿cómo podemos educar de nuevo a los jóvenes en el celibato?”.
A Benedicto XVI no le preocupa conservar la imagen de la Iglesia, sino que pone el peso en la credibilidad del testimonio de aquellos que se han consagrado al seguimiento de Cristo. Es esta meta a la que apunta el libro con su título: “Luz del mundo.” A los sacerdotes, por ello, les recuerda: “Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres.
Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña.
Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en vosotros, a fin de que ellos vean vuestras buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo”(Mateo 5,13-16).
En 1968, el profesor de la U. de Tubinga, J. Ratzniger, pronunció una conferencia con el título: “¿Bajo qué aspecto se presentará la Iglesia en el año 2000?”. “En tiempos de violentas convulsiones históricas en las que parece desvanecerse lo que ha sucedido hasta ese momento, y abrirse algo que es completamente nuevo, el ser humano necesita reflexionar sobre la historia, que le hace ver en su justa medida el instante irrealmente agrandado”. O sea, el arte de dimensionar.
Afirmaba entonces Ratzinger: “parece seguro que a la Iglesia le aguardan tiempos muy difíciles. Su verdadera crisis apenas ha comenzado todavía. Hay que contar con fuertes sacudidas.”
“El futuro de la Iglesia puede venir y vendrá también hoy sólo de la fuerza de quienes tienen raíces profundas y viven de la plenitud pura de su fe”, afirma Ratzinger. El futuro no vendrá de quienes sólo dan recetas. No vendrá de quienes sólo se adaptan al instante actual. No vendrá de quienes sólo critican a los demás y se toman a sí mismos como medida infalible. Tampoco vendrá de quienes eligen sólo el camino más cómodo, de quienes evitan la pasión de la fe y declaran falso y superado, tiranía y legalismo, todo lo que es exigente para el ser humano, lo que le causa dolor y le obliga a renunciar a sí mismo. Digámoslo de forma positiva: el futuro de la Iglesia, también en esta ocasión, como siempre, quedará marcado de nuevo con el sello de los santos. Y, por tanto, por seres humanos que perciben más que las frases consideradas modernas. Por quienes pueden ver más que los otros, porque su vida abarca espacios más amplios”. Esto decía en 1968 el joven profesor Ratzinger.
El asunto principal, pues, no es el condón, sino el hombre en situación.
Fuente:www.diario.com.mx
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