En la mitología griega, los Titanes —masculino— y Titánides —femenino— (en griego antiguo Τιτάν, plural Τιτᾶνες) eran una raza de poderosos dioses que gobernaron durante la legendaria edad dorada.
Los Titanes fueron doce desde su primera aparición literaria, en la Teogonía de Hesíodo; en su Biblioteca mitológica Apolodoro añade un decimotercero, Dione, una doble de Tea. Estaban relacionados con diversos conceptos primordiales, algunos de los cuales simplemente se extrapolaban de sus nombres: el océano y la fructífera tierra, el sol y la luna, la memoria y la ley natural. Los doce Titanes de la primera generación fueron liderados por el más joven, Crono, quien derrocó a su padre, Urano (‘Cielo’), a instancias de su madre, Gea (‘Tierra’).
Posteriormente los Titanes engendraron una segunda generación, notablemente los hijos de Hiperión (Helios, Eos y Selene), las hijas de Ceo (Leto y Asteria) y los hijos de Jápeto (Prometeo, Epimeteo, Atlas y Menecio).
Los Titanes precedieron a los doce olímpicos, quienes, guiados por Zeus, terminaron derrocándolos en la Titanomaquia (‘Guerra de los Titanes’). La mayoría de ellos fueron entonces encarcelados en el Tártaro, la región más profunda del inframundo
Titanomaquia
La caída de los Titanes, de Cornelis van Haarlem (1588).
Los griegos de la edad clásica conocían varios poemas sobre la guerra entre los dioses y muchos de los Titanes, la Titanomaquia (‘Guerra de los Titanes’). El principal de ellos, y el único que ha sobrevivido, fue la Teogonía atribuida a Hesíodo. Un poema épico perdido titulado Titanomaquia y atribuido al bardo tracio ciego Tamiris, a su vez un personaje legendario, era mencionado de pasada en el ensayo Sobre la música que una vez fue atribuido a Plutarco. Los Titanes también jugaron un papel prominente en los poemas atribuidos a Orfeo. Aunque sólo se conservan fragmentos de los relatos órficos, revelan interesantes diferencias con la tradición hesíodica.
Estos mitos griegos de la Titanomaquia caen dentro de una clase de mitos similares presentes en Europa y Oriente Próximo, donde una generación o grupo de dioses se enfrenta a los dominantes. A veces éstos son suplantados. Otras los rebeldes pierden y son totalmente apartados del poder o bien incorporados al panteón. Otros ejemplos serían las guerras de los Ases con los Vanir y los Jotunos en la mitología escandinava, el épico Enuma Elish babilónico, la narración hitita del «Reino del Cielo» y el oscuro conflicto generacional de los fragmentos ugaritas.
En las fuentes órficas
Hesíodo no tiene sin embargo la última palabra sobre los Titanes. Algunos de los fragmentos que se conservan de la poesía órfica en particular guardan algunas variaciones del mito.
En un texto órfico, Zeus no se limitó a atacar a su padre con violencia. En su lugar, Rea preparó un banquete para Crono, y éste se emborrachó con miel fermentada. En lugar de encerrarlo en el Tártaro, Crono fue arrastrado —todavía borracho— a la cueva de Nix, donde siguió durmiendo y vaticinando por toda la eternidad.
Otro mito acerca de los Titanes no mencionado por Hesíodo gira en torno a Dioniso. En un momento determinado de su reinado, Zeus decidió ceder el trono en favor del infante Dioniso, que como Zeus a su edad era protegido por los Curetes. Los Titanes decidieron matar al niño y reclamar el trono para ellos: se pintaron las caras de blanco con yeso, distrajeron a Dioniso con juguetes, y entonces lo despedazaron, y cocieron y asaron sus miembros, dándose un festín con ellos, mientras que de la sangre de la víctima nacía un granado. Zeus, enfurecido, castigó a los Titanes fulminándolos con sus rayos. Atenea guardaba el corazón del niño en un muñeco de yeso, a partir del cual Zeus hizo a un nuevo Dioniso. Esta historia es narrada por los poetas Calímaco y Nono, que llaman a este Dioniso «Zagreo», y también en cierto número de textos órficos, en los que no se usa tal nombre.
Una variación de esta historia, recogida por el filósofo neoplatónico Olimpiodoro, ya en la era cristiana, dice que la humanidad surgió del humo grasiento que despedían los cadáveres de los Titanes al arder, muertos por el rayo de Zeus. Otros escritores anteriores insinúan por el contrario que la humanidad nació de la sangre derramada por los Titanes en su guerra contra los Olímpicos.
Píndaro, Platón y Opiano se referían sin pensárselo dos veces a la «naturaleza titánica» del hombre. Que esto se refiera a algún tipo de «pecado original» enraizado en el asesinato de Dioniso sigue siendo objeto de acalorado debate por parte de los mitógrafos.
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