• AFP PHOTO/Thony BELIZAIRE

    AFP PHOTO/Thony BELIZAIRE

    Desde hace muchos años, antes del devastador terremoto del 12 de enero, Haití era ya sinónimo de tragedia. Primero, la larga, cruenta dictadura de los Duvalier. El padre, Francois, un médico rural que entre 1957 y 1971 domesticó a su pueblo con las ilusiones del vudú y la crueldad represiva de su policía política; el hijo, Jean-Claude, un calavera que «gobernó» de 1971 a 1986, corrompió aún más a la pequeña élite criolla y huyó a París con las maletas repletas de dólares.

    En las dos últimas décadas, el mundo conoció la postración económica, social y sanitaria de Haití, pero los organismos internacionales no atendieron las causas de la catástrofe. Cuando se empezó a hablar de un país «inviable», la crisis alimentaria era ya la más conmovedora de las tragedias, y sus causas no excluían ni excluyen al mundo rico y superdesarrollado que exporta a Haití alimentos subsidiados.

    The Economist habló hace casi dos años de un «tsunami silencioso» al referirse al hambre progresiva de los países más pobres del mundo. El alza escandalosa en los precios de los alimentos, cayeron y siguen cayendo como maldición en un país en el que quien tiene la fortuna de un trabajo no gana ni siquiera 2 dólares diarios.

    A principios del 2008 tuvimos noticias espantosas de Haití. Una espontánea revuelta de hambrientos nos advirtió que el hambre destruye la dignidad de los seres humanos pero, en situaciones extremas, la violencia es el último recurso que tienen esos seres para satisfacerla. Escenas más violentas que las de entonces se están repitiendo ahora.

    Los alimentos subsidiados de Estados Unidos acabaron de arruinar la poducción haitiana de arroz, pero llenaron las arcas de los exportadores norteamericanos. Por ejemplo, Riceland Foods Inc., de Stuttgart, Arkansas, «recibió alrededor de 500 millones de dólares en subsidios al arroz entre 1995 y 2006″, recordó el profesor Bill Quigley, de la Universidad Loyola, de New Orleans, en un artículo ampliamente difundido en Internet en abril del 2008.

    Es imposible hablar de crisis donde nunca hubo apogeo. Esa «crisis» fue siempre una tragedia humanitaria. El paso de la dictadura a la «democracia» no hizo más que agravarla. Saber que miles de haitianos se alimentan con una galleta llamada «pica», hecha de barro, grasas vegetales y sal, pone en evidencia el nivel estremecedor de una tragedia que ahora tiene el más terrible de los ingredientes: la destrucción del escenario donde venía produciéndose.

    No se sabe si es más urgente reconstruir Puerto Príncipe, pequeñas ciudades y pueblos destruidos por el terremoto o evitar que decenas de miles de haitianos sigan muriendo de lo que se han estado muriendo hace más de dos décadas: de hambre y enfermedades. Si se corta el chorro de muertos y el riesgo de epidemias; si se da solución provisional a millones que quedaron sin techo, queda pendiente aún el remedio a unas futuras y no lejanas guerras de hambre.

    ¿Qué va a hacer el mundo rico para que, una vez hecha la reconstrucción, no se reproduzca de nuevo la tragedia humanitaria cuyas causas no han sido desterradas? No estoy pensando en limosnas a un país miserable que consume más de lo que produce, sino en el pago de una deuda histórica: el empobrecimiento de estos pueblos fue paralelo al enriquecimiento de otros.

    Aunque es probable que llegue suficiente ayuda internacional para la reconstrucción material, se tardará años en devolverle el semblante de antes a la capital haitiana y al resto del país. Mientras ello sucede, los países ricos y los organismos internacionales no podrán ignorar la tragedia anterior a esta tragedia ni dejar intactas sus causas.

    FUENTE: http://prodavinci.com/2010/01/24/la-tragedia-haitiana/

    Posted by karagara @ 9:36 am

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