Con un pito colgado en el cuello y custodiada de cerca por un guardia de seguridad privado, Janela León inició a las 07:30 de ayer el censo en la cooperativa Balerio Estacio, situada en el noreste de Guayaquil, en una de las nuevas áreas que se incorporan a este registro.
A ella, al igual que sus compañeros de la Universidad Católica de Guayaquil, le habían sugerido sonar el silbato si se presentaba un inconveniente. De no encontrar policías, uno de los 250 guardias que contrató el centro de estudios podía brindarle ayuda.
Los custodios de la compañía Maratec estaban identificados con gorras y camisetas negras. Ellos tenían la disposición de estar próximos a los estudiantes, mientras que elementos de la Policía efectuaban rondas.
Adriana Morales, alumna de esa institución, acogió además otra de las recomendaciones: efectuar las encuestas desde afuera de los domicilios, de ser necesario.
Como parte de su plan logístico y de seguridad, la Católica decidió llevar solo el 10% de mujeres, pues casi el 90% de los 2.500 estudiantes que trasladó eran varones. “Es por seguridad”, indicó Walter Mera, decano de la Facultad de Ingeniería, tras agregar que hace tres semanas habían recorrido el sector para evitar contratiempos.
La Escuela Superior Politécnica del Litoral, que tuvo la tarea de censar Monte Sinaí, sector situado más al interior que Balerio Estacio, tomó también sus medidas. Semanas antes habían decidido no llevar mujeres al proceso y consideró a 2.500 hombres para esa labor.
Ellos fueron citados para estar a las siete en el campus de La Prosperina. Allí, 40 buses debían recogerlos, pero hasta las 08:30 faltaban 5 para completar lo ofrecido por el INEC.
Las primeras unidades con los estudiantes de la Espol llegaron a Monte Sinaí a las 09:00, con tres y hasta cuatro policías a bordo. Cada uno debía acompañar entre 10 y 12 alumnos. Otros motorizados aparecieron una vez iniciada la jornada, en la que cada empadronador tomaba de 20 a 30 minutos para encuestar. La mayoría optó por entrar a las viviendas.
Y aunque había la disposición de cerrar negocios, en Monte Sinaí hubo tiendas abiertas. En varios puntos los uniformados revisaban a quienes circulaban fuera de sus domicilios.
En el sur de Guayaquil, en las precooperativas de la isla Trinitaria hubo quejas. Un docente del colegio Francisco de Orellana debió dejar por instantes el área asignada junto a sus alumnos al encontrarse con el lanzamiento de piedras entre un grupo de moradores. “¡Dónde están los marinos!”, cuestionó, al indicar que no todos los marinos daban vueltas.
En Nigeria y Madrigal había gente transitando por las calles y menores jugando fútbol. Eugenio Quiñónez, de 72 años, reclamaba que lo censen, pues había salido “un ratito a comprar a la tienda” y ya habían pasado los encuestadores.



