El que decide (y puede) estudiar una carrera universitaria, lo hace pensando algo del tipo: «voy a estar muy cualificado y nunca voy a aceptar un mal trabajo». Lo que no sabe es que, salvo que alguien pueda financiarle el 100% de sus gastos (familiares normalmente), entrar a la universidad le va a convertir en un hombre-para-todo que, para mantenerse a flote, va a tener que experimentar su particular factotum.
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