Quienes disfrutamos de la escritura, no necesitamos ninguna escusa para hacerlo. Escribimos por el placer que nos produce escribir. Dar forma a una idea y crear algo de la nada es suficiente motivo para que hagamos el «esfuerzo». Pero escribir también puede resultar muy terapéutico, incluso si no es algo que acostumbres a hacer.
Si no has tenido tu mejor día, contárselo a alguien de confianza y sentirte escuchado puede resultar de ayuda. A veces todo lo que necesitamos es ser escuchados. Pero si no tienes a esa persona que te escuche, o simplemente no te apetece hablar con nadie, escribir puede ser tu solución.
Escribir es como hablar contigo mismo. Al margen de si después permites que los demás lo lean o lo envías al limbo de las páginas nunca leídas por nadie, es algo muy íntimo. Ordenas tus ideas, conviertes tus pensamientos en algo casi tangible, te desahogas y haces las paces con el mundo, o contigo mismo.
También sirve para superar viejos traumas. Si hay un recuerdo que te acosa de forma recurrente, viértelo sobre el papel, no importa si es un papel real o virtual, y enciérralo en esa página que antes estaba en blanco. Hazte un exorcismo y libérate del lastre que te sobra.
Claro, hay casos severos en los que se requiere de mucho más tiempo o, incluso, de ayuda profesional. Pero para los dolores del alma del día a día, escribir es una de las mejores terapias que existen.