Aquí muere/morirá/muera Sansón con/y todos los/sus filisteos

Aquí muere/morirá/muera Sansón con/y todos los/sus filisteos: (¡Muera yo con los filisteos!) Decimos esta frase cuando estamos firmemente resueltos a llevar a cabo una acción, sin pararnos a pensar en las consecuencias negativas que nos pueda acarrear. Ya lo he decidido: nos compramos el coche nuevo y aquí muere Sansón con todos los filisteos. Evidentemente, nos referimos a Sansón, duodécimo juez de Israel, cuya historia se cuenta en el Libro de los jueces del Antiguo Testamento (XVI, 23-31). Personaje de gran sabiduría y de increíble fuerza física—se cuenta que despedazó un león con sus manos y que liquidó el solo mil filisteos, sus más encarnizados enemigos, usando como arma una quijada de asno—, acabó cayendo, cómo no, en las redes de los encantos femeninos. Sin importarle que fuera filistea, se casó con Dalila, quien, enterada de que la fuerza de su marido residía en los largos cabellos, le cortó las siete trenzas mientras dormía. Sansón fue hecho preso por los filisteos, que lo cegaron y lo llevaron al templo de su dios Dagón para someterlo a todo tipo de escarnios. Allí lo encadenaron a las columnas que sostenían el edificio, seguros de que ya no podría liberarse, pero Sansón le pidió a Dios que, por un momento, de devolviera la fuerza y al grito de «¡Muera yo con los filisteos!» empujó las columnas hasta derribar el templo, bajo cuyos escombros, con todos los filisteos, pereció sepultado.

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