Sonidos

Pasillos en blanco, estatuas sin pudor que emiten angustia
trecientos sonidos diferentes provenientes de muchos lados,
maleza creciente, vientos helados y a los trecientos se le suma uno más,
se le suma aquel sonido de pasos, de aquel que recorre a estas horas el camino. En su dedo, giran en dirección de las manecillas catorce llaves
que abren doce puertas, aquellas dos restantes no quiero mencionar,
entonces, ¿Qué son esos sonidos? y ¿De dónde provienen? Y sobre todo,
¿Dónde me encuentro?, trecientos un sonidos y se le suman tres más,
el de aquella mujer y sus dos hijos, que se arrodillan frente a aquellas estatuas sin pudor, y se lamentan leyendo palabras talladas en mármol.
Aquel sonido me intriga, me llena de curiosidad.

Trecientos cuatro sonidos provenientes de muchos lados, y se le suma uno más, aquella señora longeva que arrastra su bastón de arce por el piso frió,
aquel sonido me aterra, presiento que es aquella, ella, esa, la de la hoz y la capucha, por que como todos los seres humanos, le tengo miedo.
Aquel sonido transcurre durante algunos minutos hasta desvanecerse tenuemente en el olvido, nuevamente me pregunto, ¿Dónde estoy?,
y, ¿Es que acaso aquellos sonidos no hacen obvia mi ubicación? a pesar de eso, desconozco donde me encuentro, paso las horas tratando de ver más allá, pues todo lo que describo es lo que percibo, pero, que dicha más grata seria poder ver y responder mi antigua pregunta. El viento sigue soplando, la maleza sigue creciendo a cantidades milimétricas, aun no sé cuánto tiempo ha pasado y lo único que recuerdo son esas estatuas que trato de asimilar con lugares que he concurrido antes, pero nada, solo silencio. De pronto, a los trecientos cinco sonidos provenientes de muchos lados se le suma uno más,
aquel hombre obeso de bigote robusto, manos sucias y cabello casi nulo
que entre sus manos estruja su sombrero harapiento balbuceando insultos en un sollozo muy personal. Aquel sonido me intriga, quiero saber, quiero conocer, pero no puedo, solo oscuridad y nada más.

Trecientos seis sonidos y tengo una extraña sensación en todo mi cuerpo, como si con un bisturí realizaran pequeñas incisiones internas y externas una y otra y otra y otra y otra vez, aun así, quiero seguir oyendo y conociendo aquellos sonidos que me intrigan. Regresando a mi dilema, analizo cada situación de aquellos sonidos, para de aquella manera poder descifrar algo.
Aquel sujeto que recorre a estas horas el camino giraba las catorce llaves, aquellas habrían doce puertas, las dos restantes aun no quiero mencionar, él recorre estos fríos lares con una prosa extraña, sus pasos son pesados y su caminar cansado, parece que, aquel hombre no es más que otra persona que recorre el camino, sin embargo, lo que abren aquellas dos llaves aun no quiero mencionar.
La mujer y sus dos hijos, una madre pasada de los cuarenta, sus hijos ya adultos, le dan palmadas en la espalda mientras sigue sollozando de rodillas frente a aquellas estatuas sin pudor, aquellas estatuas que emiten una angustia brutal, muy fácil de descifrar, aun así quiero seguir, quiero seguir conociendo.

Aquella anciana, que arrastraba su bastón de madera por aquel piso de mármol, de caminar lento, y de columna curva, la acompaña una brisa fría, una brisa que pareciera empujar a la anciana por estos pasillos, comentándole algo que quizás ella ya sabía. Y por último, aquel hombre gordo de bigote robusto, que sollozaba y se contenía estrujando su sombrero, tal vez para que nadie lo vea vulnerable a sus sentimientos, aquel, solo estaba parado allí, frente a una pared, pero no sé cuál es, pues todo lo que oía es su sollozo.
Aquellos sonidos nuevos me intrigaron y todos parecen tener algo en común, el sufrimiento, aquella pena que no pueden consolar más que un llanto largo de lágrimas pesadas y junto a estos los acompaña esa escenografía de mármol blanco, estatuas sin pudor, maleza creciente y puertas que rechinan por el óxido, aun no comprendía mucho, pero una idea aterradora se comenzaba a materializar, hasta que de pronto, a todos estos sonidos poco identificable se le suma el ultimo que puedo narrar. Trecientos seis sonidos y se le suma el de una mujer, una mujer joven, que por alguna extraña razón creo reconocer, aquel sonido está muy cerca mío, pero, aun no logro identificarla, aquella mujer deja reposar cerca de mí un ramo, un ramo de flores, lo que me extraña, ya que es muy extraño que una mujer regale flores a un hombre, de repente empieza a sollozar y finalmente rompe en un llanto pesado, que emite una energía muy negativa, algo que puedo sentir muy cerca de mí.

Entonces, para mi vergonzosa realidad, y lo que he estado narrando, lo comprendí, lo entendí y todo tenía sentido, aquellos trecientos sonidos que no podía identificar se hicieron claros, como si un viento recorriese mi cabeza un día de otoño para darme una idea. Aquellos sonidos, unos eran de niños abaleados en tiroteos, otros, de personas apuñaladas en un robo, otros, el de personas quemadas bajo un incendio, otros, de personas que perecieron bajo el calor de enfermedades. Entonces lo comprendí, aquella mujer que sollozaba de manera inexplicable cerca de mí, era mi esposa. Aquel hombre gordo de bigote robusto, era un padre que visitaba a su hijo y le pedía perdón en medio de sollozos, aquella mujer de avanzada edad que arrastraba su bastón, venía desde muy lejos para visitar a su nieto. Y aquel hombre de pasos pesados que giraba las llaves en dirección de las manecillas, era el guardia, y esas dos llaves que no quería mencionar, son de las puertas principales del panteón. Tal vez lo sabía desde el principio, tal vez solo quería aparentar que aún estaba en este mundo, tratando de comunicar algo que, supuestamente, no sabía, y esa sensación que invadía mi cuerpo como incisiones de bisturí, si, eran los gusanos, esos gusanos que aparecen en aquellos cuerpos cuando su tiempo ha terminado. Y sí, estoy muerto. Ahora paso los días escuchando esos sonidos vecinos y tratando de identificar cuales se les suma. Trecientos siete sonidos, y se le suma el mío, el que te acabo de narrar.