Y cesó de brillar el Sol.
Hoy sin aviso alguno, la Luna asesinó al Sol...
Por ridículo que suene, esta confesó que su pálido resplandor jamás fue un reflejo del suyo. Que a su lado oscuro lo cubría un velo intencionado, y no una involuntaria sombra. Que aquellas sonrisas menguantes que fueron símbolo de dulzura eran causadas por burla y auto-reproche. Que jamás necesitó del Sol, que éste nunca le dio calor; su fuego nunca la alcanzó. Admitió amarle, pero alegando que su luz le era más irritante que agradable, la Luna decidió terminar su existencia.
El Sol, que brillaba por amor a ella, viendo su muerte inminente con tristeza comprendió que la herida letal era innecesaria, pues sólo esas palabras... habrían apagado a un millar de estrellas.

