Una persona reflexiva no es alguien encerrado en su propio yo, sin contacto con su entorno. Todo lo contrario: es observadora, reservada; al momento de emitir una opinión ya ha analizado todo con precisión. Considera las ventajas y desventajas de una situación y cuando habla mide cada una de sus palabras. No hay nada mejor que un mundo positivo.
¿Cómo identificar a una persona reflexiva?
1.- Saben lo que quieren en la vida: desde que tiene uso de razón se trazan metas que logran gracias a la constancia que le ponen al proceso. En cada etapa de su vida se proponen fines alcanzables, nada de impulsividad: miden cada paso que garanticen el éxito.
2.- Tienen objetivos y metas claros: de forma metódica visualizan la llegada. No toman atajos en la vida porque la falta de «una pieza», pueden generar desequilibrios en el futuro.
3.- Tienen control sobre sus emociones: como es capaz de reflexionar sobre sí mismo, mide sus conductas, pues conoce sus limitaciones
4- Transmiten tranquilidad y serenidad: Ante circunstancias adversas una persona reflexiva no pierde la compostura. Por su capacidad de análisis puede conseguir alternativa para dar con la solución al problema presentado.
5.- Aprenden de los errores: Equivocarse también está presente en una persona reflexiva. Lo que marca la diferencia es que analiza los errores cometidos para no volverlos a cometer.
6.-No necesitan alardear en redes sociales: Puede que en sus redes comparatan contenido viral, o creen publicaciones populares en RRSS, pero siempre con el fin de ayudar, nunca de alardear.
Con los sentidos a flor de piel
La capacidad de observación y comprensión del entorno es otra característica fundamenta en una persona reflexiva. Estas virtudes son un aporte importante para la construcción de un mundo positivo. Las sociedades actuales viven un día a día agitado. Necesitan que alguien les dé las alertas necesarias ante el peligro. Pero también que les aporte historias conmovedoras que les inspiren y ayuden.
Saber escuchar es otra condición especial del reflexivo. No interrumpe una conversación hasta comprender bien de lo que le platican. Si algo no está claro pedirá explicaciones hasta tener claro el escenario para poder meditar las alternativas posibles, sin precipitarse.
Una persona meditabunda aprende de cada relación personal. Esto porque implica mirarse desde afuera y trabajar la percepción o conocimiento que tienen las otras personas de él.
Ese estado de madurez le permite distinguir sus sentimientos; consolida su independencia emocional y le garantiza mayor facilidad de salir de situaciones difíciles más rápido de lo común
Un mundo positivo amerita de ciudadanos que se detengan un momento en la vida. Que adquieran el hábito de meditar cada palabra antes de decirla o de actuar. Eso le evitaría muchos problemas.
Para la construcción de un mundo positivo es urgente la reflexión. Lo que parece normal, puede ser el problema y vivir del instinto o la impulsividad no da buenos resultados. El ser humano actual necesita pensar más en él: buscar la tranquilidad para que las buenas ideas puedan fluir.
Ser reflexivo un bien colectivo
Perder la capacidad de asombro es un peligro latente en el género humano. Si una guerra, una hambruna o una catástrofe natural, no mueve sentimientos de rechazo, solidaridad o compromiso, algo está pasando: se puede estar viviendo con el código «darwiniano» de la supervivencia del más fuerte.
Un mundo positivo reclama más atención. Ser reflexivo en lo personal, debe colectivizarse: la humanidad amerita preguntarse para dónde va con el ritmo de vida que lleva. Si el consumismo es la mejor forma de existir. Ver, oír y percibir las cosas que están destrozando al planeta y poner los correctivos.
Romper estereotipos
Hay que avanzar desde lo individual a lo social para que un mundo positivo sea constituido por todos los que habitan este planeta. Dejar atrás estereotipos y clasificaciones de los demás por su credo y forma política de pensar: en este mundo todos caben.
Así como una persona reflexiva tiene claro sus metas y aprende de sus errores, el hombre moderno tiene la urgencia de revisar las normas y convencionalismos sociales, morales y políticos; meditar si se adaptan a la realidad o por el contrario deben ser modificados o cambiados para lograr el objetivo de todos: la felicidad colectiva.
La autonomía personal le garantiza a una persona reflexiva la toma de las mejores decisiones. Algo parecido necesitan las sociedades modernas: mayor independencia para decidir su destino, sin la intromisión del vecino. Claro está que el respeto debe ser la clave: el trato entre iguales la solución.
Las personas reflexivas tienen mucho que enseñar a la modernidad. Es pertinente su presencia, sus meditaciones, su capacidad de observar para actuar de forma clarividente en el logro se sus metas. Ellos tienen una palabra importante para que un mundo nuevo sea posible.