La caída del otro muro

Hace 25 años, el debut de Drazen Petrovic, Sarunas Marciulionis, Vlade Divac y Alexander Volkov supuso el germen de la globalización de la NBA. Seis días después de su debut en la NBA cayó el Muro de Berlín.

La NBA cuenta esta temporada con 101 jugadores nacidos fuera de Estados Unidos, récord histórico. Salvo raras excepciones, los mejores de cualquier rincón del mundo acaban jugando allí. El proceso, acrecentado a lo largo del siglo XXI, es imparable. Pero no siempre fue así. Ahora, jóvenes sin apenas currículum tienen hueco en la competición. Antes se desconfiaba incluso de las grandes estrellas europeas. Fue el caso de Drazen Petrovic, Vlade Divac, Sarunas Marciulionis y Alexander Volkov. Debutaron en la NBA a la vez, tal día como hoy hace 25 años. Fue el germen de la globalización de la Liga.

El muro de Berlín cayó seis días después de sus estrenos. A su manera, ellos también derribaron uno. Antes habían llegado otros europeos, como el italiano Henry Biasatti en la prehistoria de la Liga (1946), el búlgaro Georgi Glouchkov (1985) y nuestro Fernando Martín (1986). Ninguno tuvo el impacto de la clase del 89. Por su juego y también por su origen: países considerados enemigos.

Eran tiempos de cambio en Europa y lo político alcanzó a lo social, a lo económico y a lo deportivo. La Perestroika dio de pleno al baloncesto. Hasta entonces, los jóvenes yugoslavos y soviéticos sufrían trabas para fichar por clubes europeos. Jugar en Estados Unidos parecía una quimera. Aquellos cuatro pioneros, ayudados por ejecutivos de franquicias de la NBA que empezaron a viajar al Este, fueron quienes rasgaron el Telón de Acero. Después, como con el muro físico, se colaron muchos más.

Hubo señales de apertura previas a sus llegadas. En 1987, la selección de la Unión Soviética jugó el primer Open McDonalds en Milwaukee, donde se midió al equipo anfitrión. En enero de 1989, un Knicks-Celtics fue el primer partido de NBA televisado en la URSS. En febrero de ese año, el lituano Rimas Kurtinaitis fue el primer jugador ajeno a la Liga que participaba en el All Star, concretamente en los triples.

Pero el paso definitivo data de 1988. Los Hawks fueron el primer equipo estadounidense que visitó la URSS. Hicieron una gira de 13 días conocida como Goodwill Tour (Gira de Buena Voluntad). Para los jugadores de la NBA, acostumbrados al lujo, fue surrealista: Dominique Wilkins esperando 12 horas en el aeropuerto a que alguien fuera a recogerle, Marciulionis amenizando una velada de apagón con una guitarra, Volkov acudiendo a un arroyo para refrescar las bebidas de los visitantes… Entre el caos, se estrecharon los lazos.

Aquel póker de jugadores dominaba Europa, pero en EEUU se dudaba de lo que apenas se conocía. Todos aparecieron sepultados en las muchas rondas de los drafts de antaño, excepto Divac. Los cuatro disputaron la final en Seúl 88 junto a otros que cruzarían el charco más tarde: Kukoc, Radja y Sabonis. Marciulionis, primer soviético que firmó un contrato en la NBA y que debía dar al gobierno de la URSS parte de su salario, hizo 19 puntos a EEUU en semifinales y 21 a Yugoslavia en la final. Buena carta de presentación. «Sabía que podía jugar contra los mejores de la NBA. Lo necesitaba», diría años después.

Sentimiento de culpa
Cuando llegaron a la Liga, sus entrenadores tenían algo parecido a un sentimiento de culpa. «Volkov es un héroe nacional y ahí está, calentando banquillo. Si nos cambiáramos los papeles, no sé si aguantaría ni la mitad», decía Mike Fratello, su técnico en Atlanta.

Sus aterrizajes fueron dispares. Quien mejor se adaptó fue Marciulionis, que disfrutaba del estilo de los Warriors de Don Nelson. Divac, que dejó el tabaco nada más recalar en los Lakers, trató de llenar el hueco dejado por el recién retirado Abdul-Jabbar. Le ayudaron Magic y Riley. Volkov apenas brilló en los Hawks. Petrovic fue quien peor lo pasó. «Soy el jugador mejor pagado. Ganó un millón de dólares por cinco minutos», se lamentaba. De resolutivo en Europa a suplente en Portland. Durísimo para un ganador como él.

Por si el juego no era complicado, debían integrarse en la apabullante sociedad estadounidense. Marciulionis solía acudir con su esposa a un supermercado. No siempre compraba. Solo iban para comprobar que la fruta y la carne que habían visto el día anterior seguía ahí. Los Volkov, desbordados por tanto canal de televisión, discutían por ver la ESPN o películas. Divac alucinaba con el Porsche y la casa que los Lakers le dieron.

El pívot hablaba con su amigo Petrovic casi cada noche para animarle. Su relación se rompió en 1990 por culpa de una bandera croata que el serbio arrojó al suelo durante la celebración del oro en el Mundial. Los padres de Drazen también ejercieron de apoyo al principio: pasaron las primeras siete semanas con él en Portland. Casi no le vieron. Su obsesión por triunfar le hacía entrenarse aún más que en Europa.

Drazen, una megaestrella
Lo logró gracias a un traspaso a los Nets. «El primer jugador del que recuerdo oír hablar en mi barrio fue Petrovic, de lo bien que tiraba y el talento que tenía. Nadie pensaba que un europeo jugara tan bien», confiesa Kevin Durant. Drazen iba camino de ser una megaestrella de la NBA cuando en 1993 el coche en el que circulaba topó contra un camión en una autopista alemana. Ya paladeaba el éxito: 22,3 puntos aquel año. En Nueva Jersey iban a renovarle cinco años. Tras Jordan, habría sido el escolta mejor pagado de la NBA.

Resulta imposible saber adónde habría llegado la carrera de Petrovic. Su condición de mito le hizo ingresar en el Salón de la Fama en 2002. Marciulionis, una celebridad en Lituania, lo hizo este año. Dirige una escuela de baloncesto en su país. Divac es el presidente del Comité Olímpico serbio desde 2009. Y Volkov preside la Federación Ucraniana de baloncesto. Su seleccionador es Fratello, el mismo que lamentaba no darle más minutos.

Gracias a ellos, en Estados Unidos descubrieron que había extranjeros que podían jugar con los mejores en la NBA. En 2007, Nowitzki fue el MVP de la Liga. Los vigentes campeones, los Spurs, ganaron el título con nueve jugadores nacidos fuera de Estados Unidos. Nada de eso –tampoco la actual presencia de siete españoles en la Liga al mismo tiempo– habría sucedido sin las cuatro leyendas que hace 25 años separaron las aguas del Atlántico, para que los siguieran cientos de jugadores.

Fuenta:http://www.marca.com/2014/11/04/baloncesto/nba/noticias/1415099422.html

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