octubre 29, 2009

Qué es la confianza? Acaso es la creencia en que una persona sea capaz de actuar de manera adecuada en una determinada situación. ¡EL SEÑOR ES MI CONFIANZA Y EN ÉL SOLO PONGO EN ESTE DIA MI ESPERANZA!

Pues así es, si lo vemos desde nuestra propia óptica. La confianza es credibilidad que se ve reforzada en función de las acciones. Es tener una vida transparente y acciones ligeras. Es usar palabras sin doble sentido, es no emitir un juicio a la ligera sobre las actitudes de los demás; es trabajar con intensidad cumpliendo los mínimos detalles; es ser puntual, es guardar un secreto, es mil y un cosas positivas y buenas.

Pero si buscamos en las Sagradas Escrituras, en Jeremías (17,5-10) dice: Maldito el hombre que confía en el hombre, que en él pone su fuerza y aparta del Señor su corazón. Será como un cardo en la estepa, que no disfruta del agua cuando llueve; vivirá en la aridez del desierto, en una tierra salobre e inhabitable.

Bendito el hombre que confía en el Señor y en él pone su esperanza. Será como un árbol plantado junto al agua, que hunde en la corriente sus raíces; cuando llegue el calor, no lo sentirá y sus hojas se conservarán siempre verdes; en año de sequía no se marchitará ni dejará de dar frutos.

Ante esto, concienticemos que el corazón del hombre es la cosa más traicionera y difícil; todos estamos expuestos a cometer grandes errores y a caer en tentaciones. Pero si lo hacemos descansar en la presencia de Dios, seremos renovados y si depositamos nuestra confianza en nuestro Padre Celestial, tendremos la esperanza de un mañana mejor y cada noche podremos conciliar dulces sueños, ver el futuro con optimismo y esperanza, con la tranquilidad que sólo la fe en el Señor nos puede dar.

Él es nuestro anhelo. Los hombres no podríamos vivir en armonía si faltara la Confianza y la fe.

JOB 11:18: Tendrás confianza, porque hay esperanza;

Mirarás alrededor, y dormirás seguro.

octubre 16, 2009

Te conocí de cerca Matilda.  Al final de cada tarde te veía pasar.  Lucías distinguida, calzabas sandalias de altos tacones y contoneabas tus caderas al caminar, acentuando el erotismo.  La gente te miraba y los hombres  con ojos lúdicos seguían el compás de tus sensuales pisadas.

Enmarcando las  curvas de tu cuerpo siempre vestías de negro, Matilda.  Con tu abundante  y larga caballera se te percibía extraordinaria, natural;  en esa época donde no existían  los cosméticos de embriones, las incontables dietas, el culto al cuerpo con vendas de yeso o mejor aún, el bisturí de un  cirujano plástico de moda. Tampoco aparecías en la  inexistente página web de ese entonces.

Yo, pequeña niña veía tus brillos, tus luces y  te admiraba; era tu fans.   “Así voy a ser de grande”, pensaba, mientras el centelleo de tus grandes aretes se reflejaba en el vidrio de mi ventana.

Los años pasaron…  Desconozco qué me hizo recordarla, tal vez el sexto mandamiento o el tercer pecado capital.   Pero a estas alturas de la vida, ¿qué será de ella.  ¿Su corazón se habrá apagado?    ¿Estalló en minúsculos trozos esparcidos en el firmamento? ¿Alguien los habrá recogido?  Quizás esté sentada en una vieja mecedora o en cuclillas sobre un destartalado baúl, revolviendo evocaciones y trapos que alguna vez llenaron su vacío existencial, aunque es probable que a la vejez  practique el decoro.

De cuando en cuando, se probará un ceñido vestido,  cómplice y fiel compañero de sus secretos deslices  que habrá tenido por la vida.  Posará frente al espejo los harapos que habrán dejado las polillas. Maquillará sus ojos con exageración, creyendo que aún posee mirada seductora.  Trazará gruesas líneas en sus caídos párpados y abriendo un pequeño estuche, rescatado de  telarañas enzarzadas, se empolvará su nariz, para  luego colorear su ajada boca con un labial carmesí, mientras recuerde el “arte de la seducción”.

Dónde quedó la belleza de Matilda, musa del deseo, expresión dulce de Danae.  Acaso está atrapada en el atomizador de su empalagosa fragancia, o  en el implacable y exterminator VIH.  Pobre Matilda, lucía distinguida.

Tomado del libro Los Días están contados – Breviario convexo de Luz Gabriela Rodríguez – Escritora ecuatoriana.

octubre 7, 2009

Los ángeles son seres de luz, te sugiero visualizar un gran círculo, en cuyo centro la energía pura genere calor y materia, donde las órdenes celestiales se den la mano en lo alto y en lo bajo. Con firme convicción de fe, invócalos, en el nombre de Jesús, hijo único de Dios y  aunque los rangos jerárquicos existan entre ellos, sin pensar en niveles, solicita ayuda a los arcángeles y a  toda la corte celestial. Debes saber que con la oración y el perdón se logra el desarrollo espiritual.

Más allá de todo razonamiento, aceptemos que no estamos solos.  Ellos están aquí, en un punto de luz cercano, complacidos de ayudar, encauzando mi vida y a partir de este momento, si tu lo permites, la tuya. 

La  clave está en abrir el corazón para que ellos lo toquen y dejar  que lo bueno fluya y sirva de puente, mientras un cúmulo de ideas surca en la mente e irradia nuestro rostro.  Ese brillo es la ayuda que se recibe de los ángeles. Guardemos silencio, mantengamos una posición de relax, su comunicación puede ser mediante un sonido, un sentimiento, una música, un sueño casi real, aquí entran en juego  muchas maneras, tal como pensamiento, color, símbolo, sonido, música, intuición, susurros e inspiración.

Esto permite distinguir con claridad que las casualidades que iluminan la existencia, vienen de un mundo invisible donde ellos habitan, tan cerca de cada uno de nosotros que hasta los podemos percibir…