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octubre 22, 2010
Las palomas y las enfermedades que transmiten
Las palomas son símbolos de paz, representan al Espíritu Santo, pero lamentablemente son portadoras de enfermedades que afectan al ser humano. Anidan en las casas, producen molestias con la acumulación de excrementos (fuente de parásitos y transmisión de enfermedades), defecan las fachadas (ensucian terrazas, ropa tendida, etc.), obturan las canales de aguas (acumulación de palomina, plumas, ejemplares muertos. Estas patologías las transmiten con sus excrementos secos, de fácil diseminación; por la contaminación de alimentos con sus secreciones y a través de sus plumas que tienen parásitos. Entre las afecciones está la tuberculosis aviar. Producen alergias y transmiten parásitos como ácaros, pulgas y chinches.
La gravedad de la enfermedad dependerá del estado inmunitario de la persona, de la virulencia del germen y de la cantidad de microbios a la cual esté expuesta. “Hay niños que han sido mal catalogados de asmáticos, que tosen meses o incluso años, sin respuesta al tratamiento. Su estado va empeorando progresivamente, con deterioro respiratorio y nutricional, ven limitada su capacidad de jugar o correr, les falta el oxígeno, caminan cinco a diez metros y quedan agotadísimos. Al ser evaluados, se establece que en realidad se trata de una alveolitis alérgica, provocada por el contacto crónico con palomas”.
El principal problema para diagnosticar esta enfermedad es que los médicos no la consideran al momento de evaluar al paciente, porque no es una patología común. Una vez que es identificada, con el tratamiento adecuado se puede obtener buenos resultados, siempre que el diagnóstico no sea muy tardío. Hay que destacar que las medidas de prevención para los que deben convivir con ellas son el uso de máscara y los sistemas de purificación de aire. Además de las infecciones a nivel respiratorio, las palomas son portadoras de infecciones digestivas, como la salmonellosis, que se transmite por la ingestión de comida que tuvo contacto con materia fecal contaminada (ruta fecal-oral). Los síntomas son diarrea, vómito y fiebre leve. La infección puede originar deshidratación, debilidad y algunas veces la muerte especialmente en los niños pequeños y adultos mayores.
Qué no se debe hacer.-
Hay que evitar darles de comer y dejar residuos fuera de los tachos de basura. No vamos a matarlas, ni a darles veneno, simplemente vamos a evitar darles comida para que se vean obligadas a emigrar, recuerden que es por el bienestar de todos.
Las palomas son lindas, pero el exceso de ellas, causa un desequilibrio perjudicial. Dejemos que vivan en las campiñas…
mayo 14, 2010
Los guardianes de la princesa observan
Año uno: día a día:
Jamás imaginé que el exceso seria grave.
Tímidas, silenciosas, mudos testigos, cuya única razón de existir parecería ser la del galanteo; caminan, se mueven en círculos cerrados y precisos, como terminando un capítulo infinito; se cortejan y con el más grande desparpajo copulan y en corto tiempo tienen el fruto de la seducción total.
Se han multiplicado.
Residen aquí, pulgada a pulgada, sin que nadie las haya invitado, abusando de una hospitalidad recibida, actúan como dueñas del entorno. Habitan en frente, atrás, arriba, abajo, en mí. No sé si son las mismas de antaño o sus descendientes, pero permanecen ahí. Quietas, mirando de lado, filmando los detalles con esos minúsculos y redondos ojillos inexpresivos cual antifaz de un carnaval existente.
Sé que observan cada escena con el play activado. Firman los diálogos, sonidos, violencia, desacatos y comedias; de las marionetas con estilo y del ir y venir contidiano.
Cuando están inmóviles, petrificadas, queriendo pasar advertidas, están filmando. Almacenan escenas y graban en la misma cinta que contiene el ayer, el hoy y el siempre.
Saben cuando se acaba una etapa y empieza otra, conocen las historias guardadas y los equipajes de vida; dan vueltas y vueltas y con sus patas tratan de virar las páginas del ayer; ese ayer que hay que soltar, dejarlo ir aunque hubiesen palabras que se expresaron, ni se dirán jamás y que terminaron perdidas en el tiempo.
Año dos: día tras día:
Las miro. Pretenden inocencia. Toman sol, se cortejan, se corresponden, copulan y ¡zas!, se multiplican.
Desde la ventana observo al disimulo y veo sus impasibles ojos en acción. Aparento no darme cuenta. No voy a darles la importancia que buscan, pero la piel se me eriza, será de verlas entregadas al amor, mientras sobrevivo con recuerdos y migajas.
Lucen indiferentes, aparentan ser tímidas y cautelosas. Marcan distancia. Pretenden minimizarme. Con garbo permanecen erguidas sobre sus finas patas. Se esmeren en mostrar que son libres. Se inquietan, emiten sonidos y llenas de ansiedad, vuelan.
Temo que se unan y me hagan daño.
No me daré por vencida. Planifico, me acomodo y con el movimiento de mis ojos, les transmito que aún tengo vida.
Año tres: día tras día:
La brisa me envuelve.
Ahí están, son ellas. Iguales a las del año anterior. Tratan de ignorar que las miro.
Se han tornado audaces y se agrupan para filmar mi entorno.
El movimiento continuo de sus diminutas cabezas les da un aire particular. Permanezco atenta. Qué más da, si igual he estado en espera de lo inexistente por mucho tiempo.
Simulan no darse cuenta y, me guste o no, continúan filmando.
Año cuatro: día tras día:
La lente está activada. Lo se por sus ojos; los abren y los cierran de forma intermitente. Filman mientras escribo, mientras añoro, cuando voy y vengo. Me miran. Es cierto que ya no les temo, pero me da coraje y me revelo cuando abusan.
A estas alturas de mi vida no voy a permitir que nada, ni nadie, ni siquiera ellas, pretendan bailar sobre mi.
Quieren continuar filmando mi vida, pues ya no me interesa, cuando yo quiera me volveré invisible, total ausencia, olvido, para ser precisa, me borraré del mundo.
Soy invisible. Tan invisible como el dolor causado por amor o aquel que se presenta en mis dientes y que aparento no sentir, aunque tenga seis páginas de historia dental de mis calces.
A este paso, la información debe guardarse en un CD, aunque es probable que ellas ya tengan filmado, mis bostezos, mis risas y carcajadas o simplemente he estado boca abierta.
Acepto su presencia pero no me acostumbro. Volteo la silla y de espaldas a su mundo, paso a ser testigo mudo del tiempo suspendido.
La pared, otrora inmaculada y hasta el mismísimo cielo, lucen desteñidos; la silla nova en otros tiempos, está cuarteada. Hoy luzco sin brillo. Y la pared, el cielo, la silla y yo, formamos un grisáceo conjunto cubierto del impertérrito polvo, que acumula el tiempo en su silencioso avance por el cosmos.
Año siete: día tras día:
Cierro los ojos, no negaré que el deseo de confundirlas me agrada. Las escucho. Hablan de paciencia. Van a esperar que me salgan raíces y me broten ramas y cuando estén secas se posarán en ellas y anidarán en los pliegues de mi ajada piel y que blablablá.
Año ocho: día tras día:
Ellas ignoran que continúo con vida.
Mi respiración es pausada. De cuando en vez extiendo mis brazos. Busco una primavera equívoca. Doy zarpazos que casi no tocan el viento.
Gracias a los recuerdos, aún subsisto.
Año nueve: día tras día:
A estas alturas del camino he aprendido a “hilar fino”; muchas cosas han desaparecido de mi cabeza. Otras, aún están perennes en mi subconsciente y autentifican mi existencia.
Ellas, se muestran asustadas, revolotean y en el ruidoso aleteo rasgan la cinta y ante mis ojos, cae vencida la nostalgia, rebotan del piso las melancolías con todas sus letras y los fracasos de caucho transcurridos en el tiempo. Aparte, saltan a la luz los mil y un pretextos de la vida.
Sonrío con suavidad, como si estuviera llorando al revés. En realidad es casi una ligera mueca. Me siento dueña de un árido pensamiento. He recuperado mi capacidad de asombro.
Los días están contados, pero la libertad de la princesa está en ellas, que impasibles continúan filmando.
Tomado del libro Los días están contados de Luz Gabriela Rodríguez