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enero 5, 2009

La carta que si llegó a su destino…

Hace pocos años comencé a sentir en mi pecho algo así como una pequeña paloma que revoloteaba sin compás definido. Después supe que tenía una grave arritmia. Alguien dijo que era mi espíritu joven encerrado en un cuerpo equivocado, luchando por ser libre. Eso me agradó, así que en lugar de considerar la arritmia, adopté la idea de que es mi espíritu que se afana por salir y disfrutar de este mundo.
Sé que soy un poco bastante grande, pero aprovechando la llamada juventud de mi espíritu, decidí emprender esta aventura y cual leyenda de Harry Potter, deje que mi mente y mi imaginación levanten vuelo y permití que cabeza y corazón se inunden con la mágica inocencia de un chiquillo:
No hay vuelta atrás, creo que con ingenuidad, está decidido. En un inmaculado papel y con un bolígrafo de tinta azul llena de brillitos que tomé prestada del cuarto de mi hija, comencé a escribir. Tuve mucho cuidado, pues el uso excesivo del ordenador, le ha restado nitidez a mis rasgos caligráficos…
Cerré el sobre. Era el momento cumbre. Tenía que hacer llegar la carta. Sé que existen muchos caminos y formas para enviarla, pero cuál sería el más seguro? Qué me garantiza que llegará a su destino?
Pensé y pensé, Las opciones eran diversas, correo tradicional, avión, fax, diarios, mail, internet, blog, comunidades en internet, celular, mensajitos, no es visión futurista. Pensé tanto, que sin darme cuenta el reloj marcó casi las 11 de la noche del 5 de enero de cualquier año y aún no tomaba la decisión.
En estos momentos en que el tiempo apremia, la única forma rápida y segura de enviarla, era dejarla junto a mis zapatillas, bajo el árbol de navidad o junto al pesebre para que sea más fácil de encontrar y por si acaso, de acuerdo a la tradición, en una pequeña fundita, dejaría un agapé con tres minitangos de la Universal, tres bolas de chicle Kataboom de colores y tres manichos, todo de industria nacional…
Actué con rapidez, tiré los almohadones al suelo y me metí en la cama. Cerré los ojos y traté de conciliar el sueño pensando en lo extraordinario de la noche, mi espíritu luchaba por salir, pero la ilusión y la esperanza me hacían pensar que al siguiente día, todo sería perfecto, por lo que contando angelitos que retozaban en medio de borreguitos bicolores, sucumbí en el infinito.
Yo no pedí oro, eso está bien para el niño Jesús, para aclamarlo como el Rey de Reyes. Yo no pedí el aromático incienso que lo aclama como Dios, yo no pedí la mirra que reconoce a Jesús como hombre mortal, Dios, Rey y hombre. Sé que ellos protegieron al niño Jesús cuando Herodes pretendía asesinarlo y fueron guiados por Dios hasta el portal de Belén, a través de la Estrella de Oriente y eso es más que suficiente para creer en que cumplirán con mi petición.
Y vaya que fue una mágica noche, en mis sueños tuve una revelación, como en la fiesta de la Epifanía, vi pasar mi vida como una romería, yo iba en los camellos junto a los reyes magos, la fe era la estrella que nos guiaba y nuestra meta era llegar a Belén. Hubo una parte en la cual, la estrella palideció y perdí la dirección de mi vida, gracias a Dios fue algo temporal y la luz de la fe nos guió en el nuevo camino.
Desperté feliz, bajé saltando por las escalinatas, me puse las sandalias que estaban junto al pesebre, tomé el sobre y lo guardé dentro del baúl.

Esta carta si llegó a su destino.

Tomado de escritos de Luz Gabriela Rodríguez

1 comentario

  1. Si lo deseas, puedes hacer click para valorar este post en Bitacoras.com. Gracias….

    Trackback by Bitacoras.com — febrero 20, 2009 @ 12:29 pm

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