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mayo 10, 2011

MI PRIMER CRUCERO

Desde la ventana del camarote contemplaba la llegada de la aurora mientras la nostalgia infinita me envolvía, el crucero de 7 noches había llegado a su fin… 

Pensar que hace pocos días, para ser más precisa la noche en que navegabamos desde Cartagena a Jamaica, al acostarme comencé a sentir mareo por el movimiento del mar; después de expeler los restos de una pequeña porción de rissoto de vieiras,  llorando en un afán desesperado balbucié:  qué hago aquí.

Contrario a esto, hoy, ante los primeros albores reflejados en un mar agitado, la tristeza se presenta. Hay que volver a la realidad como dijo Rico, el administrador del Grandeur of the Seas.

Salté de la cama para alistarme, después del desayuno debíamos estar listos para desembarcar…

 

…Seis meses atrás visitamos la oficina Royal Caribbean donde tienen una sola pregunta por qué no. Ahí, con la amabilidad de Patricia, una joven conocedora de cruceros, en poco tiempo tuvimos fecha, ruta escogida por el paradisiaco Caribe occidental, costos, seguros, propinas prepagadas y hasta nos asignaron el número de nuestra habitación: cubierta 3 camarote 3538.

Los libros y folletos que nos dieron prometían maravillas que se cumplieron, las fotos del barco que habría de llevarnos, los puntos importantes dentro del mismo, la ubicación del café Wind Jammer, restaurante Great Gatsby con la elegancia y el estilo de los años 20, las dos cenas formales, teatro, boutiques en el Centrum, atrio, cubiertas, piscinas, solarium cuyo techo se cierra cuando el tiempo amenaza, jacuzzi, spa, gimnasio, salón de belleza, casino, centro médico, etc., etc., etc, y un sinnúmero de indicaciones que, dicho sea de paso por falta de tiempo, no leí hasta que faltaban pocos días para realizar el viaje.

Quedaba pendiente planificar qué haríamos al desembarcar en cada puerto.  Ahí entró en acción la tecnología con el increíble internet que sirvió para hacer en línea el pre-chequeo o set – sail,  declarar la tarjeta de crédito que debía garantizar los gastos internos por compras que realizaramos, porque dicho sea de paso, en el barco el dinero no sirve, no lo utilizas nunca y eso si que es algo desestresante.  En esta misma vía contratamos las excursiones por las islas, viaje al fondo del mar en submarino, paseos por las playas, espectáculo de los delfines, cuidando siempre de que sean paseos de bajo riesgo, porque ya somos algo grandes.

Verificamos los documentos, requisitos y pasaportes, los que tenemos visa americana no requerimos visa panameña, pero los que no la tienen, deben acercarse al Consulado de Panamá a solicitarla con la debida anticipación. 

Los días pasaron raudos y llegó el momento en que la cuenta regresiva se comenzó a dar  y empezamos a armar nuestro equipaje para tan fabulosa aventura donde no podía faltar el bloqueador solar, las gorras, los trajes de baño, mucha ropa ligera de algodón y por supuesto los trajes para las cenas formales.

Llegamos a Panamá dos días antes, hicimos compras y con sendas maletas, el domingo al medio día nos dirigimos hacia Colón, puerto de embarque.  La hora en que el barco zarparía sería las 6:30 p.m., sin embargo en las indicaciones se recomendaba estar a la 1:00 p.m., para retirar las etiquetas de las maletas, colocarlas y entregarlas, chequearnos y recibir las llaves mágicas de nuestro crucero, las tarjetas de identificación, con la que podíamos hacer compras dentro del barco, ingresar al camarote, subir y bajar en cada puerto.

Comenzaron las fotos, dimos la mejor de nuestras sonrisas y emocionados procedimos a embarcar.  Leímos un letrero que decía que era prohibido llevar bebidas alcohólicas, nos preocupamos porque en nuestro equipaje había una botella de whiskie escocés que compramos para un obsequio.

Ya se pueden imaginar nuestros asombrados rostros, tamaño barco, impresionante, completo, desde ya podíamos hacer uso de las instalaciones. Caminamos familiarizándonos en lo que iba a ser nuestro  entorno en los siguientes días, luego observamos que todos avanzaban hasta el noveno piso y sorpresa, ahí estaba el restaurante buffet.  La variedad de comida era excelente, había para todo gusto, ensaladas, sopas, platos fríos, platos típicos, carnes, pollo, cerdo y los postres ni que hablar, merecen un punto y aparte. Gran variedad de dulces y pastas y por supuesto, una pequeña esquina con jugo de frutas y café, té o aguas aromáticas, la menta para ser precisa, aquella tisana que escaseaba rápido porque facilita el proceso digestivo después de ingerir tantas delicias.

Como niños que van a casa nueva y quieren conocer sus habitaciones,  fuimos a reconocer nuestro camarote.  Una gran ventana nos permitía ver las turquesas aguas de un mar en calma que te promete  una vista diferente cada día, una amplia cama, todo decorado con láminas amaderadas en un tono claro y cubre camas y paredes bajas en un tono verde oscuro relajante, lámparas, luces, closet, área de tocador con secador de pelo y por supuesto un no tan amplio aunque bien equipado baño, circuito cerrado de televisión, teléfono y por supuesto la caja de seguridad que nos permitió guardar nuestros valores, tarjetas y joyas.  Las sensaciones de alegría y bienestar se hicieron presentes, estoy segura que si nos median las endorfinas, estas estaban sobre el límite normal, gracias al oasis de calma y felicidad que nos envolvía.

Antes de zarpar, subimos a la cubierta 3 a realizar un simulacro obligatorio por cualquier emergencia en alta mar.  Las sirenas, la gente aglomerada, me trajo a la mente las escenas de la película Titanic y me tranquilice pensando que estábamos protegidos por el Arcángel San Miguel, además en esta época, la tecnología no permitiría que pase similar tragedia.

Al volver al camarote nuestras maletas ya habían llegado, pero faltaba una y en su lugar había una nota en la que decía que debíamos ir a determinado salón a verla.   Me preocupe pensando en la botella de licor y en que esto podría ser considerado como un desacato, pero me tranquilizaba pensando que nosotros no bebemos, simplemente fue adquirida para un obsequio.   Al llegar al lugar señalado, muchas personas estaban con sus maletas retenidas, cuando la botella estaba sellada como la nuestra expedían un recibo e indicaban que la noche anterior de desembarcarnos la devolverían al camarote, en cambio si estaban abiertas o envasadas en otros recipientes, simplemente las descartaban.  Cuando tocó nuestro turno, expliqué la presencia de la botella en el equipaje, la ingresaron en el sistema, la sellaron con un adhesivo y la retuvieron hasta que nuestra aventura concluya.

Esa noche fuimos a cenar y fue interesante ver como antes de llegar teníamos asignado el lugar, la mesa, el turno para la cena y hasta el camarero que nos atendería.  En sus inicios pretendí cambiar la hora porque cenar a las 7 p.m. era muy temprano, pero como cada situación tiene su pro y su contra, le vi el lado bueno a este horario, no nos acostaríamos a dormir después de la cena y tendríamos mucho tiempo por delante para las diversas programaciones que se realizarían cada noche. 

El menú era de primer orden y con las acertadas sugerencias de John Lee, joven filipino, camarero de nuestra mesa, cada noche cenábamos con un toque latino.  La mesa la compartimos con una pareja checa Georgia y Rudolf, grandes cruceristas, una pareja colombiana Nancy y su esposo, ella celebraba su cumpleaños y una joven panameña Lidis de Santamaría con su mamá.

Al salir de ahí, para dirigirnos al teatro Palladium debíamos pasar por el casino Royale, que no le pide ningún favor a los casinos de Las Vegas, donde varias noches probamos nuestra suerte pensando en el adagio de que la suerte es loca y a cualquiera le toca, pero a nosotros no nos tocó.  El primer espectáculo tipo Broadway nos esperaba…

El segundo día del crucero llegamos a  nuestro destino a las 10:30 a.m.   Sentía mucha curiosidad por conocer Cartagena, Colombia. Sabía que estaba llena de riquezas históricas y que fue declarada patrimonio nacional por la UNESCO, por lo que al desembarcar me aseguré de llevar mi cámara fotográfica.   En el puerto nos esperaba nuestra primera excursión, la cual se desarrolló interesante, aunque sentí que faltó mucho por ver y por describir.    Cuando llegamos a una parte de la fortaleza se nos permitió bajar, pero nos prohibieron llevar bolsos o dinero, porque nos iban a acosar vendedores que nos estafarían.   Mientras tomaba fotos al apuro y con temor, vi que vendían joyas de plata, acero y filigrana a precios pequeñísimos y que eran vendedores informales que trataban de mostrar su arte al turista.    Alcancé a escuchar por ahí que uno de ellos decía no les ofrezcas a esos turistas porque les aleccionan que no compren nada y los llevan a tiendas donde reciben comisiones…

Efectivamente después nos llevaron a un lugar de pequeñas tiendas típicas, donde nos indicaron que sólo podíamos comprar en la tienda No. 10, donde en realidad no encontramos nada interesante y ni siquiera similar a las artísticas joyas que vimos por la fortaleza.

Cuando fuimos a la plaza del parque de Bolívar, íbamos desprevenidos, dispuestos a tomarle fotos al monumento, cuando dirigí la mirada al lado izquierdo y llamó mi atención un carrito de madera que decía LA CARRETA LITERARIA, donde reposaban libros, libros y más libros de autores contemporáneos, modernos, grandes obras de autores conocidos y desconocidos. Conversé con el dueño de la carreta y de la idea, Martín Roberto Murillo Gómez, le dije que escribo y muy contento entablamos un rápido y ameno diálogo. Me contó que esto no era un programa de alcaldía, ni de gobierno alguno, ni un cuadro típico de una ciudad europea, sino de él mismo, que antes se ganaba la vida vendiendo agua y luego decidió aportar al desarrollo de su país fomentando la lectura.   Afanado, me improvisó una rápida entrevista con su celular, le obsequié uno de mis libros  y me tomó fotos junto a su increíble carreta literaria…

Para esto, el grupo de turistas en el que andaba había desaparecido por las pintorescas calles  aledañas, por lo que me tocó correr hasta alcanzarlos sosteniendo con una mano el sombrero que el viento amenazaba quitarme para jugar carambolas.

Esa noche, alrededor de las 9:30 p.m., mientras estábamos entretenidos en un espectáculo, sentí que zarpábamos.  Más tarde fuimos alrededor de la piscina a  entretenernos viendo como al ritmo de la música y al vaivén de las olas, la gente se divertía como si fuera el último día para hacerlo.

Esa noche fue terrible, el mar estaba picado, lenguaje marinero, cuando nos retiramos al camarote a descansar, sentí que estaba mareada y no pude evitar vomitar la cena en el lavabo del baño. Tuve que llamar al 1 800 emergencias del barco quienes rápidamente vinieron con una pequeña máquina hidrocleanne. En pocos minutos todo estaba perfecto como si no hubiese pasado absolutamente nada.  Un poco aliviada, conseguí dormir profundamente. Cuando desperté estaba desorientada, tuve que hacer un esfuerzo para saber que eran las 2:00 p.m. del día martes. Salimos en busca de comida, apenas probé algo de fruta porque mi estómago estaba tan resentido que el simple olor de la comida me producía arcadas.

En la piscina se desarrollaban varios juegos en los que trate de entretenerme en lo que quedaba de la tarde.    Ya por la noche fuimos a cenar, cuide un poco lo que elegía para servirme, aunque debo decir que todo era de primera categoría, fresco, bien preparado y exquisito.

Y continuamos navegando hasta la mañana del día miércoles en que a las 8:00 a.m. llegamos a Jamaica; estaba planificado desembarcar en Montego Bay, pero  nos notificaron que desembarcaríamos en Kingston , donde por primera vez llegaba un crucero, por lo que fuimos recibidos a cuerpo de reyes, con la banda del pueblo y las autoridades de la isla quienes nos entregaron obsequios, entre ellos unos ligeros  bolsos color azul para colgar en la espalda, eran tan prácticos que el 75% de los cruceristas lo llevaba consigo en cada uno de los puertos que desembarcamos.

Fue fascinante tomar el tours que recorría la isla, al subir al bus que nos trasladaría, lo hicimos por una puerta del lado izquierdo lo cual no es usual.  Así comenzamos a palpar la influencia inglesa que existe en la isla, a tal punto que todos hablan inglés, español y la lengua nativa. Las calles parecían ir al revés, los carros iban por la izquierda y venían por la derecha mientras  sus volantes estaban del lado derecho. Algo un poco confuso para nosotros aunque alguna vez lo vi en varias películas de Jame Bond.

Recorrimos muchos lugares especiales, hoteles espectaculares, ahí se hospedan los reyes de Inglaterra y artistas famosos que comparten lo cotidiano con los nativos.  Vimos la mansión del famoso Versage donde suele ir a pasar las navidades con su familia.  Desde el carro pudimos observar el gran centro comercial Rose Hall, lugar que quise visitar para realizar unas pequeñas compras, pero que no pude por el tiempo planificado.   Luego fuimos a una pequeña tienda donde adquirimos recuerdos y souvenirs de la isla a cómodos precios.

Antes de finalizar, la excelente guía cuyo nombre lamento haber olvidado, nos llevó a tomar un exquisito café con un postre lugareño.   No desaproveché la oportunidad para tomar una tacita de té inglés con crema y mi pequeño postre, mientras afuera, a orillas el mar, un paisaje increíble nos envolvía e invitaba a tomar fotos, a soñar, a grabarlo en nuestras mentes y a perpetuarlo en nuestros corazones.

El día jueves a las 7:00 a.m., llegamos a Georgetown, Gran Caimán, una pequeña porción de paraíso en un territorio regido por Gran Bretaña. El barco acoderó  unos veinte minutos mar adentro, por lo que tuvimos que trasladarnos en una lancha para llegar al puerto.  Ahí nos esperaba una aventura diferente, realizaríamos un paseo en submarino. No niego que al comienzo sentí algo de temor, pero éste se disipó cuando vi que muchas personas de diversas edades se integraron a la misma aventura.

Tomamos otra lancha que nos llevó mar adentro de aguas color turquesa, arena blanca y brisa refrescante, ahí ingresamos al submarino cuya capacidad era para 45 personas, con dos escotillas por las cuales debíamos bajar de espaldas, lo cual no me tomó de sorpresa porque en casa tenemos una escalera de caracol auxiliar en la cual muchas veces he bajado de esa forma.   Al descender, nos encontramos con un largo y doble asiento de color azul, similar al porta huevos de una refrigeradora, donde en cada espacio va un huevo, acá en cada espacio va sentada una persona con su respectiva ventana redonda, creo que se llaman escotillas, por donde podías observar lo que había en el fondo del mar.   Iniciamos el recorrido, disfruté ver las algas, conjuntos de aparentes ollitas agrupadas como adornos de una gran pecera, donde tuve la sensación de estar dentro de una.  Cardúmenes de peces azules y fosforescentes cuyas fotos y nombres reposaban en una página plastificada anclada en cada escotilla. 

Vimos una mantarraya, diversos peces de variadas formas, colores y tamaños, las cadenas de los grandes cruceros anclados y mientras el tiempo trascurría y el submarino avanzaba por el fondo marino, pensé  qué pasaría si nos quedábamos enredados o atrapados en esas profundidades. 

Lo mejor fue cuando emergimos, indiscutible que fue una gran aventura, la disfruté y todo lo que vi está grabado por siempre en mis recuerdos, pero que maravilloso fue salir a la superficie, respirar el maravilloso aire  y contemplar las blancas nubes que Dios creó para nosotros.   A los pocos instantes, una fuerte lluvia se desencadenó, nos bajamos en el muelle de la Marina de Gran Caimán, decididos a pasear por ella lo que restaba del tiempo y pudimos ingresar a un mundo especial de fabulosos artículos exclusivos como cristalerías, monedas, diamantes y relojes de marcas, donde tuvimos la tentación de adquirir un longines de oro a menos de mil dólares de Gran Caimán.

El día viernes a las 10:00 a.m., llegamos a Roatán, que es la mayor isla de Honduras cuyo nombre significa Reino celestial. Tomamos un tours para recorrer la isla, fuimos con otro grupo del crucero para ver un espectáculo de delfines, lo triste es que llegamos justo cuando se terminaba, aunque sea disfrutamos del paisaje natural, las típicas casitas sobre el agua, como salidas de una postal.

Avanzamos nuestro recorrido y fuimos a una playa pública llamada West Bay donde nos bajamos a orillas del mar. Aquí, en estas transparentes y turquesadas aguas del Atlántico, invitada por la blanca arena de la playa que me permitía  ver los cientos de pececitos que nadaban a mi alrededor, me di un chapuzón, bueno, sin cabeza, en realidad me sumergí hasta los hombros y di vueltas y vueltas dentro del agua disfrutando del entorno.

Conocimos a Bryan, un joven hondureño, que ofrecía paseos en una pequeña embarcación llamada Ocean Explorer, la escasez del tiempo no nos permitió hacer el paseo que nos ofrecía, pero conversamos mucho y pudimos entrever sus buenos sentimientos. Nos contó sus sueños y aspiraciones y nos dijo que algún día que volvamos, nos iba a recibir en su casa, porque iba a estudiar mucho para salir adelante.

El sábado navegamos todo el día, un ligero dolor de cabeza me hizo prever lo que podría acontecer, así que decidí rescindir del almuerzo y descansar un poco en el camarote, me perdí de ver el desfile de las banderas.

Por la noche fuimos a la última cena, nos tomamos las últimas fotos juntos a nuestros amigos de crucero, que quizás nunca volveremos a ver o quién sabe en un futuro próximo crucero estemos juntos reafirmando amistades. 

Fuimos al camarote, cerramos las maletas, las dejamos en el corredor del área, para que las retiren y las lleven al primer piso para  desembarcar por la mañana.  Un oficial del barco fue a entregarnos la botella de licor retenida el primer día.  Sé que será difícil conciliar el sueño.

Al amanecer, desde la ventana del camarote contemplaba la llegada de la aurora mientras la nostalgia infinita me envolvía, el crucero de 7 noches había llegado a su fin. 

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