febrero 22, 2010

CIEN ROSAS, UN MILLÓN DE BIENAVENTURANZAS

Martes de Carnaval.

Estaba sumido en un problema sentimental sin aparente solución, pero a insistencia de mi familia, acepté salir con ellos  a almorzar.

Al volver, a mi mamá se le ocurrió ir a la Iglesia La catedral para conocer a Santa Martha. Nos parqueamos por la calle Chimborazo; ella bajó y pidió que la acompañe.

Entramos.

El ambiente era lúgubre, intenso y oscuro, lo cual despertaba  el deseo de conocer toda la iglesia.

Hicimos un pequeño tour  por las cúpulas y naves, observando los coloridos vitrales.  Uno a uno fuimos reconociendo a los Santos y al llegar al fondo vimos un mausoleo y una cripta.

Avanzamos hacia la derecha y vimos una sala con un letrero que decía SANTISIMO. Mi madre emocionada dijo:

– Vamos hijo, vamos a adorarlo.

Me aparte de ella y caminé hacia adelante, ahí, solo, de rodillas ante el Santísimo, le pedí con mucha fe que me ayude.

A los pocos minutos vi que mi madre se ponía de pie y salimos juntos. Estoy seguro que ella pidió lo que cada día le pide a los ángeles y arcángeles: por nosotros sus hijos y por su pequeña nieta.

Al salir de esa sala, continuamos infructuosamente la búsqueda de Santa Martha.  Un señor le dijo que ella no estaba ahí, que la encontraríamos en la Capilla El Sagrario contigua a la Catedral.

Avanzamos hacia la salida.

Sin darnos cuenta el tiempo había transcurrido por lo que decidimos ir al carro sin conocerla.

Al subir, percibí un intenso aroma a rosas y grande fue mi asombro, cuando mi mamá dijo:

– Hay un aroma intenso como si en el carro hubiere 100 rosas juntas.

Era tan real la percepción, que ella no sólo las olía, sino que las percibía porque comenzó a buscarlas en los asientos y en la parte del maletero del carro; sin embargo, su pareja que estaba al volante, no percibía en absoluto ningún olor.

Cuando el carro había rodado unas dos cuadras, el aroma comenzó a atenuarse y fue justo el momento en que él  también comenzó a percibirlo.

Para mi madre y para mi, creemos que fue un mensaje divino, una bienaventuranza, una tranquilidad para mi corazón y me atrevo a decir que eran más de cien rosas, fue una única sensación agradable, algo que yo necesitaba en ese momento para calmar mi corazón, fueron unos minutos que me llené de mucha paz interior y a la vez sintiendo un poco de optimismo en que las cosas se van a solucionar con aquella persona que tanto amo.

Luis Xavier.-