Aprender jugando ¿realmente es posible?

No es fácil “aprender jugando” -aunque ya Platón expresara este deseo- pero sí es posible orientar gran parte del aprendizaje hacia el terreno de lo agradable y satisfactorio. Sería engañar a nuestros alumnos hacerles creer que van a aprender sin el contrapunto del esfuerzo; una metodología de lo fácil, de lo atrayente sin más, del interés sin conocimiento previo es utópica. Aprender algo bien cuesta, estudiar es esforzarse; sin afán de estudio se podrá tener noticia de cosas, pero nunca un conocimiento profundo de ellas.

Todos podemos

Así pues, hablar de una metodología lúdico-creativa no significa identificarla con falta de empeño, huida de trabajo o falta de seriedad. Un planteamiento lúdico es perfectamente compatible con el rigor y el aprendizaje; más aún, para Secundaria-Bachillerato sólo cobra sentido en su profunda conexión e interrelación con el logro de objetivos curriculares.

¿Puede afirmarse que una pedagógica evasión lúdica es sinónimo de “pérdida de tiempo” o “cosa para críos”?

En modo alguno, lo serio sí dificulta el aprendizaje en la medida que estrecha la realidad haciéndola más obtusa y monótona, convirtiendo la clase en realidad negativa. Una “buena clase” no tiene por qué ser formalista o aburrida, todo lo contrario.

¿Qué tiene de malo un tratamiento popular de temas o el uso de formas sugerentes?.

Sin embargo, un obstáculo imposibilita el desarrollo creativo de cualquier asignatura: el prejuicio de considerar imprescindibles determinadas aptitudes especiales.

Esta objeción tendría su fundamento en el supuesto –no es éste el caso- de tener como meta un desarrollo de implicación conducente a que los chicos deben pasárselo bien.

Pero la finalidad no es el juego por el juego, lo lúdico es un instrumento que debe hallarse sometido a una manera de operar y, en este sentido, susceptible de ser objetivado y aplicado racionalmente.

Por tanto, las características vitales de un profesor no tienen que adecuarse necesariamente a un supuesto patrón o perfil psicológico; en todo caso, el esfuerzo vendrá por hallar las vías de aplicación que más se asemejen a la forma de ser de cada uno.

Las actividades que se lleven a cabo -una metodología verdaderamente creativa las requiere- deben poseer la característica de la “objetivación”, es decir, la eficacia de su aplicación debe residir en la planificación, no en entusiasmos esporádicos o actitudes anímicas momentáneas, pues la metodología dejaría de ser método para convertirse en puro elemento circunstancial que se utiliza cuando “viene bien”.

La Programación, en consecuencia, ha de ser establecida de acuerdo a unos principios educativos que vayan más allá de inclinaciones pasajeras, situándose en el ámbito de “lo racional” y conforme a unos parámetros de actuación educativa. Así, las clases-actividades serán consecuencia de un planteamiento unitario –crearemos y utilizaremos nuestro propio método- y no se correrá el peligro de la improvisación, que anularía su valor didáctico.

Actitudes y modos de operar

Los alumnos valoran aspectos que al profesor pueden pasar desapercibidos por considerarlos poco relevantes e incluso superfluos. Alguien ha dicho que lo que más influye es la forma de ser del educador; lo segundo, lo que hace, y sólo en tercer lugar lo que dice.

Por eso, las ideas que sugerimos desean poner de relieve la necesidad de incorporar determinadas actitudes y modos de operar, imprescindibles para que la metodología lúdica pueda implantarse y aportar eficientes frutos pedagógicos.

En la transmisión de conocimientos se requiere tanto conocimiento como creatividad porque nada de lo que hace el profesor en clase determina el aprendizaje; sin la cooperación del alumno –no hay que engañarse- la enseñanza-aprendizaje se torna quimérica.

En este sentido, una de las funciones más importantes que asume el profesor –entiéndase- es la de motivador o impulsor pues los estudiantes no deberían aburrirse con una materia que les resulta demasiado sencilla ni quedarse al margen porque la asignatura les resulta ininteligible.

Una metodología creativa debe asentarse -insistimos- en el doble pivote que suponen las estrategias didácticas y la planificación. Si bien cada uno de estos componentes no garantizan de por sí una docencia eficaz, al menos contribuyen positivamente a su promoción (el conocimiento se presupone como elemento necesario pero no suficiente).

Se precisa una forma de trabajo que, al principio, puede resultar a los alumnos y a nosotros mismos extraña por desconocida o inhabitual; se requiere desterrar la consideración de las actividades como apéndices, realidades aisladas o inconexas ajenas al proceso de enseñanza-aprendizaje.

Si no se logra dar el salto de lo adicional a lo necesario, no conseguiremos instalar la creatividad como provechosa forma de trabajo. No se trata solo de que los alumnos consigan involucrarse –es mucho pero es poco- sino que académicamente se vea reflejada una forma de trabajo que trascienda la particularidad de un hecho circunstancial.

Sin una determinación clara de la finalidad de las actividades, el alumnado se sentiría confuso y terminaría interesándose exclusivamente por lo que “entra en el examen”. De ahí la importancia de la justificación, explicación y planificación de las tareas a realizar.

El factor evaluativo -rendimiento y criterios- establecerá unas coordenadas de trabajo que perfilarán un modo de hacer muy distante de la improvisación o arbitrariedad.

Las actividades serán evaluadas para comprobar si se han alcanzado las metas propuestas, qué no ha funcionado y qué podría haberse desarrollado más correctamente.

La delimitación de unos objetivos concretos de aprendizaje, adquisición de nuevos conocimientos o desarrollo de capacidades cognitivas son aspectos que van mucho más allá del “tenerlos entretenidos”.

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