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octubre 26, 2011

Historia de burros

Ahora contaré una historia de burros.

 

Siempre he considerado que el derecho funciona en la justicia si se mantiene en esa dirección, sin mirar sesgos ni dobleces. Lo cierto es que cuando se trata de justicia hasta los animales tienen acceso a ella sin necesidad de aspavientos.

1976: Día domingo: Transitaba con Luis por Gómez Rendón y La 11ª. Cuando un tumulto casi nos impedía el paso debido a un  accidente en media calle. Se escucha vociferar a un individuo que, por su apariencia era de clase media alta, que junto a su cuatro por cuatro recriminaba a un humilde anciano que lloraba desconsolado por la muerte de Benito. Con el sentido de sabueso leguleyo, Luis se bajó de inmediato de nuestro Ford Explorer y se acercó presuroso para ver mejor la escena: el señor de alcurnia había atropellado al burro del viejo y, lejos de ayudarlo, lo increpaba con dureza. Luis dijo en voz alta que baje la voz, pues tenía que arreglárselas con él, que era abogado y representante legal de borrico muerto y del viejito que  iba en la carreta a quien todos llamaban “el colorado”…

Se armó el escándalo del siglo, el populacho pretendió linchar al que atropelló al burro, el abogado era la estrella del espectáculo, el viejo gemía al ver a su borrico muerto y yo, una simple espectadora o testigo de los hechos, no atinaba a hacer nada.  Los ánimos solo se calmaron cuando llegó la policía y se  llevó detenido al hombre agresor que dicho sea de paso destilaba  olor a ebrio consuetudinario, mientras el abogado del burro, digo del viejo,  sonreía pensando en los sendos escritos que al siguiente día empapelarían al abusivo contraventor.

Por supuesto que el colorado, mostrando sus encías desprovistas de dientes, sonreía con un fajito de billetes de cincuenta mil sucres a la mano en ese entonces, dispuesto a comprar dos burros jóvenes para su desvencijada carreta, mientras que el abogado complacido, luego de haber recibido el pago de las costas procesales, bajaba por las escalinatas de la Suprema Corte con la mano derecha metida en el bolsillo del pantalón, acariciando con sus dedos sus bien habidos honorarios.

Luz Gabriela Rodríguez

http://www.blog.espol.edu.ec/lgrodrig/

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