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enero 13, 2009

Y todavía sigue allí…

Si habría que medir a la literatura por porciones para degustarla con prolijidad y atrapar su esencia, es probable que los patrones sean vocablos determinantes, oraciones definidas o párrafos logrados. La propuesta sería como la propia literatura, llena de sugestión, realidad, fantasía, … Sin desdeñar la palabra microliteratura ubicada al pie del título de la obra de nuestra edición: Y todavía sigue allí…, podremos afirmar que estamos frente a un brote ingenioso e instantáneo de literatura en expansión, que aún no termina por definirse, una manifestación que reclama para sí una poética autónoma, donde el matiz que la domine sea la brevedad, libre de la inmediatez, la ligereza o la reducción. Un destello inscrito en las exigencias del duro oficio. ¿Por qué habría que ceder calidad ante los requerimientos de un fenómeno donde también están inmersas firmas calificadas como las de Hemingway, Borges, Skármeta, Tablada, Monterroso, Corcuera, Cortázar, …?

La microficción no es un acontecimiento nuevo. Textos de esta naturaleza están presentes en buena parte de la centenaria poética japonesa (tankas, haikus, sedookas, rengas, katautas, …), por ejemplo. También en las parábolas de Jesús, epitafios arcaicos, graffitis sugerentes anotados en cavernas antiguas. Su presencia a lo largo de la historia no es discutible.

Hay obras que por su prisa están moldeadas intrínsecamente en una microliteratura, a la que podríamos explicar como un espectro peculiar que aglutina textos breves con una carga significante de literatura, con un carácter que desafía etiquetas, escuelas, movimientos o tendencias.

Por su economía verbal, la microliteratura ha gestado un cruce que ha traído consigo la eliminación del concepto de género en ella, originando un híbrido entre narración, ensayo, didáctica, poesía, periodismo, lúdica, …, sumado a su permeabilidad para facilitar la intertextualidad en todas sus variantes.

La microliteratura revela algunos signos particulares: sorpresa o epifanía -término acuñado por Joyce-, resolución, hermenéutica, certeza, … La presente edición de Y todavía sigue allí… se adscribe dentro del canon planteado.

En cuanto a su contenido, la clave está en la capacidad de inmutar. William Faulkner solía decir que la finalidad última del escritor es reducir la esencia de la existencia humana a una simple oración. El Premio Nóbel norteamericano quería expresar con esta afirmación que la tendencia es ir hacia lo raudo, para lograr la brevedad, que atrape al lector; la cohesión o la síntesis expresiva, que lleve consigo una ecuación cuyos miembros fueran su mensaje contundente y su idea fluida.

Baltasar Gracián sostenía: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno, y aun lo malo, si breve, no tan malo”. Una porción valiosa de literatura –a la que se adscribe la obra de nuestra edición- puede percibirse en algunas formas narrativas, o líricas con fuerte carácter de relato: viñetas, epitafios, graffitis, greguerías, shinkeikoos, …, todas ellas nacidas de la tradición oral. Con el surgimiento de las vanguardias en la segunda mitad del siglo XX, la presencia de la microliteratura alcanza cierta autonomía y la crítica fija sus ojos en ella.

Augusto Monterroso, hace casi medio siglo, puso su firma a El dinosaurio (“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.”), considerado sino el más corto, el más famoso de la historia de la literatura mundial, … A Ernest Hemingway se le atribuye un cuento de seis palabras: Zapatos de bebé (“Vendo zapatos de bebé, sin usar.”), calificado por muchos como el cuento más corto en el plano de la ficción real. (Obsérvese que El dinosaurio es de corte fantástico). En nuestro país, el Ecuador, inscrito en el término sugerido en el pie de soporte de esta edición, se halla S/T: “El hielo muere de frío”, del manabita Jacinto Santos Verduga. En uno de mis cursos dictados en la universidad, un alumno me presentó lo que, según él, se constituía en la pieza más corta de la microliteratura, lo tituló: Novísima versión del hombre invisible (“.”). Aunque Juan Armando Epple, estudioso del fenómeno de la brevedad literaria, ha manifestado que la acción, el espacio o el tiempo en el microrrelato pueden estar simplemente sugeridos, consideramos que en esta muestra de ingenio del joven estudiante no hay porción que degustar. En lo personal, el más urgente de estos cuentículos lo experimenté el 3 de octubre del 2002 dentro de un tren que cubría la ruta Zurich – Basilea, en Suiza. En un aviso moldeado con tinta roja en el umbral de uno los vagones, se podía leer en alemán: “Identifíquese”. Yo había confundido mis documentos, y no hablo la lengua de Goethe.

Los productos de la microliteratura fraguan un efecto de virtuosismo y de laconismo, de agudeza y proyección ficcional. Se erigen como breviobras de actualidad, con su propia estructura y capacidad para asombrar.

La microliteratura ha de ser, entonces, genial, espontánea, fresca, desde dos vertientes: la que se autoexplica y no admite paráfrasis, por lo que se constituye en una pieza lograda, redonda; y la que acepta una variedad inconmensurable de interpretaciones, para lo cual el lector debe ingresar hacia una hermenéutica vital. El dinosaurio, de apenas siete palabras, es un haiku encubierto al que Mario Vargas Llosa, en Cartas a un joven novelista, le dedica cinco páginas para analizarlo desde varias perspectivas morfosintáctica y semántica. Es un claro ejemplo de la polisemia.

La clave está en la sorpresa que se pretende capturar desde el primer momento. Por eso hasta se ha señalado un Decálogo del microcuentista, como el propuesto para el cuento por el infalible Horacio Quiroga. En la propuesta, por ejemplo, nos aconsejan que en el microtexto cada palabra debe seleccionarse con cuidado, buscando sorprender sin perder tiempo en el desarrollo de ideas entramadas o en la introducción de personajes; hacer que el título forme parte de la diminuta obra gigante, evitando redundancia o repeticiones vacuas de información, recordando siempre a Vicente Huidobro cuando advertía en su creacionismo que el adjetivo cuando no crea, mata; el uso de pequeños trucos, como utilizar otros idiomas para dar nombre al microproducto para situar su espacio/tiempo, entre otras recomendaciones.

El recurso vital de la microliteratura es la imagen, el poder de los sentidos, la visualización como efecto resultante de golpes táctiles, auditivos, olfativos, … Y su carácter semántico que se somete a la polisemia y que se dosifica y se apuntala con el perfecto empleo de la hermenéutica. La figura de la elipsis es fundamental, y es lo que le otorga al microproducto un torrente de contenido fijado en la historia, la filosofía, la geografía, la religión, la numerología, la cromática, …., que nos acerca a momentos y referentes de la cultura mundial.

La microliteratura tiene dos insumos de los que no reniega y, por el contrario, son sus fortalezas: la intertextualidad y la intratextualidad. Una verdadera estética es la que ha logrado Monterroso con el empleo de estos recursos que se asemejan al pastiche, y que se constituyen en pretextos para incluir efectos lúdicos de obras y autores conocidos en el ámbito intelectual.

La epifanía, en cambio, contribuye para un final inesperado, la ruptura de la sintaxis argumental.

El resultado es que, a inicios del presente siglo XXI, la microficción representa, dentro de la literatura, el triunfo más amplio de la ambigüedad, derivada de su altísimo grado de elipsis, o del uso de referencias apenas aludidas o de las acepciones menos corrientes de las palabras: el lector de microficciones es lúdico, rechaza los sentidos literales y disfruta de leer entre líneas.

Y ese fue el objetivo que nos trazamos con un grupo de talentosos trabajadores de la Escuela Superior Politécnica del Litoral –ESPOL-, de Guayaquil, Ecuador, para moldear este libro no sólo como un homenaje a los cultivadores de microliteratura, sino a los lectores que hurgan por nuevas propuestas en un universo de resonancias y creatividad.

Rafael Montalván Barrera

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2 Comments »

  1. hi,
    bonita anécdota compartida con ustedes amigos-as

    Comment by Rosalva — febrero 28, 2009 @ 11:26 am

  2. If my films make one more person miserable, I’ll feel I have done my job. – Woody Allen Born 1935

    Comment by Jack Justiniano — febrero 8, 2010 @ 7:29 pm

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