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septiembre 29, 2011

A San Miguel Arcángel y a todos los

arcángeles que nos protegen

Hoy 29 de septiembre es el día de los arcángeles y en especial de San Miguel.   Su fiesta es la más antigua de las instituidas en honor de los ángeles y arcángeles, es la única que se celebra desde los primeros tiempos.

La Santa Iglesia le da el más alto lugar entre los arcángeles y le llama «Príncipe de la Milicia Celestial».    Miguel quiere decir: ¿Quién como Dios?. Es decir: ¿quién es tan grande, tan amable y justo como Dios?

Ya desde el Antiguo Testamento aparece como el gran defensor del pueblo de Dios y su poderosa defensa continúa en el Nuevo Testamento.

Es representado como el ángel guerrero, el conquistador de Lucifer, poniendo su pie sobre el enemigo infernal, amenazándole con su espada o traspasándolo con su lanza.

Suele representárselo con una balanza, pues es defensor de la justicia. Es nuestro protector y para cumplir la misión de protector posee una bondad tan grande  como su poder. Bajo sus órdenes, todos los ángeles trabajan por la protección de los hombres.  Es modelo de recogimiento, de unión con Dios, inocencia y pureza.

La dulzura y la paciencia son las mejores armas contra nuestros enemigos

San Miguel Arcángel es nuestro remedio contra los espíritus infernales que se han desencadenado en el mundo moderno.

Dice el Cardenal Mermillod: «En estos tiempos, cuando la misma base de la sociedad se tambalea por negar el poder de Dios, debemos revivir la devoción a San Miguel Arcángel y con el decir: ¡¿Quién como Dios?!»

En cambio, San Francisco de Sales, decía que «La veneración a San Miguel es el más grande remedio en contra de la rebeldía y la desobediencia a los mandamientos de Dios, en contra del ateísmo, escepticismo y de la infidelidad.»

Juan Pablo II, pidió a todos los fieles católicos, que rezáramos la oración a San Miguel.

Si en tiempo de tentación, tenemos el coraje de reprender al maligno y clamar la asistencia de San Miguel, el príncipe de la milicia celestial, es seguro que el enemigo huirá.

Si deseamos su protección, imitemos sus virtudes, en especial su humildad y su celo por la gloria de Dios.

 

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